Por ahí escuché decir que en el infierno hace calor; si es así, Bangkok ha de ser lo más parecido al infierno que yo haya conocido! Caminar por sus calles significó ser golpeado permanentemente por un aire caliente que todo lo envuelve, y del cual es imposible poder escapar, aún refugiándose debajo de la sombra de los muchos árboles o edificios que forman la ciudad. Esa masa gigantesca de hormigón armado y motores en movimiento se convierte durante el día en una gran caldera, quedando uno sumergido en una estela de calor que sofoca, agobia los sentidos y no permite moverse sin tener la sensación de que se va a ser víctima de deshidratación de un momento a otro.
Así, con tan interesantes perspectivas, decidí colgarme la mochila al hombro y salir a caminar por sus calles; mapa en mano y con ganas de conocer, decidí hacerle frente al calor, ganando por cierto la batalla, pero quedándome muy en claro que es un enemigo al que se debe respetar y tratar con mucha cautela.