Viajar es buscar tu identidad por contraste


Varios días pasaron durante los cuales compartí mi experiencia con Eliane y Henrique, estos chicos con quienes hemos ido formalizando una amistad que, bienaventurada, se fortalecería aún mucho más con el correr del tiempo. Pero su presencia y sus consejos serían (incluso sin intención de serlo) los disparadores de algunos de los momentos más difíciles de todo mi viaje; fueron el motor de un ida y vuelta permanente de ideas que deambulaban en mi cabeza, cargándome de preocupaciones y ahogándome al punto de sentir que una definición concreta era algo que precisaba de manera inminente.  
Ellos, oriundos de Minas Gerais (Brasil),  desde hace tiempo viven en Londres y, conversando acerca de mis intenciones de ganar algo de dinero para poder seguir viajando, insisten en que ese es el lugar que no debo dejar de visitar, aduciendo que están en condiciones de brindarme su ayuda para poder emplearme en alguna actividad, y el hecho de contar ya con una invitación segura en cuanto a dónde alojarme. Francamente,  debo admitir que la tentación es mucha ...
Hace ya tiempo que pude darme cuenta que lo que más me motiva es viajar. Tenía que pasar. Tenía que descubrir (o quizás, simplemente, reafirmar) aquello que realmente me moviliza, para de esa manera poder liberarme de todos esos males que llevo dentro. Y creo haberlo hecho. 

Hoy puedo concluir en que la vida me vuelve al cuerpo cada vez que estoy en movimiento; que este tipo de andanzas es lo que quiero: recorrer el mundo, amaneciendo cada día en un lugar diferente, con la certeza de que lo incierto aguarda por mí. Viajar ligero, sólo acompañado por mi cámara en mano, retratando ese mundo fascinante que se desarrolla en torno a quienes lo saben mirar con ojos apasionados, y en el cual se van sucediendo personas, lugares, situaciones y experiencias maravillosas. Sin detenerse. Sin poder poner pausa. 

He descubierto que el andar sin rumbo es el estado natural de mi alma; no hay fantasmas que me acosen, ni remordimientos, ni mayores preocupaciones. Un estadío casi natural, perfecto, donde la vida sólo pasa, serena o arrolladora, dependiendo de nuestra elección. Una manera de estar que brinda sabiduría, conocimientos; que  nos permite desarrollarnos, descubriendo a la luz ese verdadero Yo escondido. No hay amarguras, no hay penas. Sin tribulaciones no hay dolor y, sin éste, el alma se va liberando de apoco, y se expande, influyendo en su entorno inmediato: mi alegría genera alegría; una sonrisa es respondida con otra sonrisa; si me brindo, se brindan a mí. Es recíproco porque es sincero, espontáneo, transparente. El viajar me llena de un sentimiento sublime e inigualable, que los más académicos han tratado de enmarcar dentro de un conjunto de letras que, sin embargo, no logran abarcar su significado en toda su extensión. Esa palabra es Libertad. Esa libertad infinita e incomparable que brinda el hecho de ser uno mismo quien elige el rumbo a seguir; el momento de detenerse; o de ponerse nuevamente en movimiento. Libertad de pensamiento y de acción, pero más interesante aún, libertad emocional. 

He encontrado lo que buscaba. Una definición; una respuesta. Algo que me indicara cuál es mi propósito; mi razón de ser. Lo es el sentirme verdaderamente libre. Lo que tanto anhelé y ahora descubro como mi verdad. Pero qué paradoja: ya no están todos esos fantasmas que durante tanto tiempo me persiguieron, pero un miedo mucho mayor se apodera de mi persona en éste momento. Una duda muy grande para la cual, cualquier respuesta posible viene cargada con futuras sensaciones de dolor y remordimiento. Un momento de elección que me va a poner a prueba, y para el cual no considero estar preparado. 

Por un lado están estas ansias desenfrenadas de seguir en el camino, con todas las posibilidades que un horizonte amplio descubre ante mí: no volver a la Argentina; continuar pateando e ir probando suerte, subsistiendo. Un año, dos, o quizás tres. Hasta que extrañe tanto que deba regresar. O hasta que ya no me queden países por descubrir. O ya no tenga ganas de seguir estampando de vetustos colores mi pasaporte. O bien volver, pero por un corto período, sólo para poder poner en orden mis asuntos, y luego marchar nuevamente. 

Un mundo demasiado grande como para no aprovechar el tiempo al máximo. Y demasiado interesante también. Cuántas ganas tengo de poder recorrerlo! Cuántas ganas tengo de encontrar amigos por doquier! Cuántas ganas de dejar un trozo de mí en cada lugar donde mis pies dejan sus huellas, y llevarme algo de allí que reemplace lo que he dejado. Todo es nuevo; todo es emoción, descubrimiento, conocimiento. Es saber que realmente mucho no sé, y querer aprender. Viajar es ser parte de un mundo especial, magnífico, lleno de contrastes y diferencias, pero que unen antes que separar. Es mantener siempre el alma abierta. 

Pero por otro lado está esta tormenta que amenaza con hacer estragos si no regreso. Un temporal de emociones vanas: penas, llanto y dolor, que bajo ningún concepto quiero desatar. La convicción de que al tomar la decisión de permanecer aún más en el camino, voy a herir a la persona que más amo. El saber que si decido partir va a ser muy doloroso para mi Hermano, aquella persona por la cual siempre luché para mantenerme de pie y a la cual no quisiera provocarle nuevos sufrimientos. Esa persona por la cual estoy dispuesto a dar la vida sin siquiera pensarlo, en el caso de ser necesario. Y en este caso, aunque de manera diferente, lo voy a hacer, ya que voy a entregar mi posibilidad de hacer lo que realmente deseo, por preservar a quien más quiero. 

Pero no es sólo eso. También pesa la presencia de mi pequeño ahijado: esa personita que me devolvió la vida al cuerpo con su graciosa presencia y con ese amor desinteresado y puro que me brinda en cada gesto, en cada sonrisa. Ese niño que, aunque pequeño, se ha convertido en un caudal ilimitado de felicidad, regalándome su inocencia y los más puros gestos de amor incondicional que jamás haya podido experimentar. Esa criatura a quien deseo poder ver crecer, desarrollarse, y alcanzar una dicha plena. Una personita a quien deseo poder brindarle todo el amor que siento dentro, velando por él, y preocupándome por su bienestar y felicidad. 

Encontré lo que buscaba, pero muy por el contrario de lo que debería sentir, la congoja me invade. El hallazgo me llenó de una plenitud pasajera, ya que me ha puesto en una encrucijada, debiendo tomar la que creo es la decisión más difícil de mi vida. Y ese es justamente el dilema. Como yo lo veo, se trata de mi vida, o de la de quienes amo. 

Comprendo cabalmente todos los razonamientos que los chicos emplean para convencerme de ir con ellos a Londres, e incluso comparto muchos de sus argumentos a la hora de pensar los “porqué” de decidirme a favor de mis ganas, pero son los sentimientos los que me toman por asalto, y no los pensamientos. No puedo evitar que las ideas corran por mi cabeza, pero mucho menos puedo sofrenar  este torrente de sensaciones. La presión interna es inmensa, y aunque soy consciente de que nadie me apura, sé que debo tomar una decisión a corto plazo, para no dilatar aún más las emociones que me oprimen el pecho y desorbitan mi cabeza. Pienso y siento. Siento y pienso. Sufro. Tengo  mucha bronca por esta circunstancia. 

Recostado sobre mi cama me investigo; en voz alta me pregunto y me respondo. Analizo. Sopeso posibilidades. Pongo sobre la balanza ideas y sentimientos, pero no se mueve, no se inclina. En ese momento es cuando suelto el bolígrafo, muevo las páginas de mi diario de viaje, y observo las fotos que me acompañan: un collage de imágenes de las personas que amo, sonriendo, disfrutando, compartiendo. Una criatura con una alegría natural, maravillosa. Un hombre al cual admiro enormemente. Una mujer a la que he adoptado como esa hermana que la vida no me ha brindado. Una balanza que se mueve. Una decisión tomada… 

No puedo evitar derramar unas lágrimas de pena por todo aquello que podría haber vivido si continuara en el camino, pero menos aún logro contener una sonrisa de alegría al pensar en todo el sufrimiento que no voy a producir, volviendo a mi tierra, junto a quienes por mí esperan…

No hay comentarios: