Este viaje se presentó ante mí, desde el primer momento,
como una gran experiencia de liberación, de encuentro; la chance para poder
disfrutar sin más condicionamientos que mis propias ganas, dejando atrás cualquier
tipo de limitación que pudiera coartarme. Lo “socialmente correcto” sería un detalle sin
relevancia, dando lugar a experimentar situaciones y vivencias que, muchas
veces por pudor o condicionamientos del entorno, uno deja pasar, pero que internamente
despiertan curiosidad. La ventaja? Conocerme realmente muy bien en ciertos
aspectos, sabiendo que todo aquello que pudiera hacer sería tan sólo por
diversión, y formando parte del “folclore” del viaje que realizaba.
Jaisalmer: la Ciudad Dorada.
En cualquier guía turística, el Raj es sinónimo de desierto
y camellos; de hombres de turbante con largos y llamativos bigotes; de mujeres
ricamente vestidas con saris de los más hermosos colores; de fortalezas sacadas
de libros de cuentos, y de un sol
radiante que todo lo baña. Pero para mí, el Raj representó mucho más. Significó una aventura a lomo de
camello por el desierto, rodeado de gente increíble; un amanecer recostado
sobre prístinas dunas de arena; significó la paz de las callejuelas del viejo
fuerte; también un atardecer contemplado desde la torre de la amplia muralla,
recostado sobre un viejo cañón, con un mar de arena como telón de fondo. Significó
armonía, paz, tranquilidad. Por todo esto, este lugar tan especial significó también un encuentro conmigo mismo.
Mount Abu: una luna de miel perfecta
Atrás quedaba Udaipur, pero cualquier sensación de nostalgia
fue dejada de lado ya que había encontrado un par de compañeros de viaje
geniales (Fabrize y Laura), con quienes me disponía a seguir avanzando. No tenía
un mapa trazado, así que me dispuse a seguirlos, y así fue que apareció en mi
itinerario el próximo destino: Mount Abu.
Banswara: un regalo especial.
Se trataba de mi último día en
Udaipur, y me llenaba de una expectativa especial, ya que el dueño del hostel,
y a través de la Oficina de Turismo de la Ciudad, nos había invitado a los
franceses y a mí a participar de un día de excursión: traslados, actividades y
almuerzo incluidos, totalmente gratuitos. Y para ser sincero creo que la
ansiedad se daba al pensar que se trataba de la primera vez (y que recuerde, la
única) en que, en India, íbamos a recibir algo que no implicaba algún tipo de
engaño y puesta de dinero posterior, como por lo general ocurre. Pero tampoco
estábamos seguros, por lo que íbamos preparados para lo que pudiera suceder. Y
aún a pesar de nuestro escepticismo, el día nos sorprendió gratamente.
Nuevos amigos, y un sin fin de buenos momentos compartidos...
Imaginemos: edificios con siglos de antigüedad; estrechas calles en desniveles; pasadizos; un hermoso lago en cuyo centro se alza imponente un majestuoso Hotel, otrora Palacio, alumbrado por farolas; el actual City Palace (residencia del Maharajá), con sus altas murallas resplandeciendo en la luz mortecina del alba; contornos montañosos que se insinúan en el horizonte; el silencio del amanecer y de una población que todavía descansa, y un sol que juega a aparecer, cubriendo todo con sutiles rayos dorados.... Esa fue la primera impresión que tuve de Udaipur, "La Ciudad Rosa".
Lugares sagrados, y una espiritualidad puesta a prueba...
Confiado ya en mí experiencia
ferroviaria en tierras indias, y con la tranquilidad que poseer un boleto de
viajes confiere, me dispuse a descansar mientras me dejaba llevar hacia el
desierto del Tar. Más precisamente, hacia su ciudad más grande: Jaipur. Pero
horas de sueño atrasado y un vagón con escasas luces, me jugaron una mala
pasada que terminó convirtiéndose en una formidable nueva vivencia.
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