Nuevos amigos, y un sin fin de buenos momentos compartidos...


Imaginemos: edificios con siglos de antigüedad; estrechas calles en desniveles; pasadizos; un hermoso lago en cuyo centro se alza imponente un majestuoso Hotel, otrora Palacio, alumbrado por farolas; el actual City Palace (residencia del Maharajá), con sus altas murallas resplandeciendo en la luz mortecina del alba; contornos montañosos que se insinúan en el horizonte;  el silencio del amanecer y de una población que todavía descansa, y un sol que juega a aparecer, cubriendo todo con sutiles rayos dorados.... Esa fue la primera impresión que tuve de Udaipur, "La Ciudad Rosa".  


Sumamente agradable, grande, pero con un ritmo propio, tranquilo, pausado, que invita a recorrerla, caminarla, pero sobre todo a disfrutarla, la estadía en Udaipur combinó con armonía hermosos paisajes, excursiones, eventos culturales y nuevas amistades.
Pero la India es como una gran lotería, donde uno nunca puede estar seguro acerca de si va a ganar o perder todo en una sola jugada; no se trata de confiar, ya que como me quedó demostrado no se puede confiar en casi nadie porque todos quieren sacar provecho, sino que se trata de arriesgarse. Y hasta eso es complicado: tener la sabiduría de discernir quien va a ser el que menos te va a estafar lleva tiempo; pero incluso habiendo aprendido bastante, nunca se llega a estar tan práctico en el tema como los hindúes. Y es por eso que mi viaje desde Pushkar a Udaipur no fue justamente uno de los más idílicos que pueda recordar.
Habiendo elegido la agencia que menos desconfianza me generaba (y que de hecho aparecía como “recomendable” en las guías turísticas) compré mi boleto para un servicio de bus “deluxe”. O al menos eso yo había creído, ya que cuando llegué al stand de partida, el bus no era otro que un “goverment bus”: derruido y sucio sería decir poco. Pero qué hacer si me encontraba lejos del centro del pueblo y cargado de equipajes. Opté por arriesgarme y viajar de todas maneras. El viaje no fue nada placentero por cierto, y sólo me resultó algo más llevadero gracias a los ratos en los que pude conciliar el sueño.  
Apenas arribado ya hice amigos: Fabrize, Laura, Jessica y Patrice, franceses que se transformarían en compañeros de andanzas; Ziv, un fenómeno israelí;  Daniel (alemán) y Alberto (tano) con los cuales compartiría grandes momentos, y algo más de una semana, atrapado en las redes mágicas de una ciudad que fácilmente te deja boquiabierto. Esto es India!! Un cumulo de sorpresas....
Elijo para alojarme una pequeña casa familiar devenida en hostel, la cual me atrae notablemente. Ya sea por la sensación de cobijo y protección que me brindan los dueños de casa, como así también por su amplia terraza, que invita a pasar largas horas disfrutando de una inigualable vista del Lago Pichola, con sus dos fastuosos palacios “flotantes” y la compañía  permanente de los Montes Aravalli.
Desde aquí me dispondré a disfrutar de la ciudad. De aquí partirán mis incontables caminatas diarias por las intrincadas callejuelas de Udaipur. Aquí nacerá mi interés por presenciar un show de baile tradicional del Rajasthán, o un concierto de Tablas. Aquí aprenderé acerca del Palacio Real del Maharajá  (el cual visitaré durante mi estadía) y sobre el origen mogol de la ciudad. Y aquí también es donde disfrutaré con los dueños de casa de animadas comidas en torno a la mesa familiar o de horas sentado en el fresco pasto del jardín, oyendo el sonido que un grupo de señores con túnicas y turbantes le roban a algunos instrumentos tradicionales. Una semana que recordaré como una de las más hermosas de esta travesía por tierras hindúes...
Encontrándome con mis expectativas ampliamente superadas, permanecí en Udaipur bastante más tiempo del que tenía planeado. Y ni un solo momento fue en vano. Todas y cada una de las actividades realizadas valían la pena. Sino por sí mismas, de seguro sí por la compañía y el disfrute que me brindaban.
Así fue que durante toda una tarde entera me dediqué a recorrer el interior del Palacio Real del Maharajá, convertido hoy en parte, en Museo. Majestuoso e imponente, esta mole de granito y mármol guarda cientos de leyendas que datan desde su época fundacional (1559), hasta la actualidad. 
Ejemplo vivo de toda la pompa y el despilfarro con los cuales habitó por siempre la familia real, el recorrido lo va llevando a uno a través de escaleras, pasadizos, habitaciones inmensas o muy pequeñas, jardines, etc.; pudiendo observar colecciones de cuadros, ropas tradicionales, armas de cientos de años de antigüedad, balcones finamente ornamentados y, como si fuese un regalo especial a quien lo visita, las mejores vistas al  Lago Pichola y el Lake Palace Hotel.  Una vez visitado el Palacio, decidí perderme por un rato a través de las intrincadas callejuelas que, angostas y con desniveles,  forman el trazado antiguo de la ciudad.   
Al rato de haber salido fui a dar directamente frente del Templo de Jagdish, el cual llamó mi atención por su entorno animado y una escalinata pronunciada como principal acceso. Seguramente los turistas que lo visitan suelen concentrarse en la gran cantidad de figuras talladas que representan a diferentes divinidades, pero en cambio a mí me sedujo un sonido alborotado, que provenía de un patio lateral del templo. Hacia allí me dirigí, y allí fue donde me encontré con un grupo de niños que jugaban alegremente al softball. Invitado a formar parte del juego, me uní a ellos para disfrutar de unos momentos simples y sencillos, pero cargados con toda esa emotividad que la sonrisa cómplice y alegre de una criatura puede regalarnos. Fue un juego duro, hasta que un batazo decididamente fuerte empujó la bola más allá de los límites del templo, dando por tierra con la posibilidad de continuar jugando, y con toda nuestra diversión.
Así fueron pasando los días, cargados de momentos emotivos que se iban a ir conjugando de tal manera que, al hacer un balance del viaje, van a permitir que Udaipur se sitúe entre los más espectaculares lugares visitados. 














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