Varanasi, el Gánges, y la Vida que da un giro...

Pasar por Varanasi (Benarés) y no sentir el sacudón que el lugar produce a los sentidos, es no haber estado en la India, aunque mucho más dramático aun, significa tener los sentidos adormecidos. Imposible resulta no conmoverse con la forma en que se desarrolla la vida en este lugar, pero por asombroso que parezca, mucho más llamativo aún, es la fuerza con que la Muerte se muestra en cada aspecto de todo aquello que compone lo cotidiano, la rutina, la forma de vivir de sus habitantes y que, aunque nos opongamos fervientemente, también hace mecha en los turistas.


El día finalmente había llegado. Después de casi 30 horas de travesía en bus por tierras nepalíes e indias, arribamos a Varanasi, el lugar que (movido por aspectos de mi historia personal) más despertaba mí interés, expectativa, fascinación y, como si fuese poco, un miedo inusitado. El plato fuerte estaba servido, y nosotros ansiosos por degustarlo. Un lugar indescriptible, cuyo nombre evoca magia, historia, misticismo, espiritualidad, vida, muerte; todo ello conjugado en torno a un rio, el Ganges, otrora simplemente un cauce de agua, pero que con el correr de los milenios ha devenido en fuente de devoción de los casi mil millones de hinduistas que habitan estas tierras. Una ciudad que, como pocas, sigue con vida a pesar de la polución, los ruidos, la suciedad, la superpoblación; una ciudad construida de cara al rio, que mezcla los ghats, edificios antiguos, estrechas callejuelas y pasajes, con anchas avenidas abarrotadas de gente; una ciudad atestada de peregrinos, sadhus, turistas, enfermos, ladrones, vacas, bosta, vendedores, ratas, monos, policías, richshaws; una ciudad que, de manera inexplicable repele, rechaza, pero al mismo tiempo genera un magnetismo del cual es casi imposible poder escapar.
Acompañados por Berten, un nuevo amigo belga, comenzamos a movernos, descubriendo un nuevo mundo ante nuestros ojos... sabanas, fundas, saris, todo tipo de prendas; un despliegue de telas de toda clase y colores secándose al sol, conformando un paisaje polícromo que  invadía nuestros sentidos. Ésta fue nuestra primera impresión del lugar,  mientras descendíamos hacia el rio.
Tanto habíamos escuchado acerca de esta ciudad que, a diferencia de lo que esperábamos encontrar, un ambiente de relativa armonía, y no tanta gente alrededor, nos sorprendió de muy grata manera. El Ganges, con sus aguas mansas pero turbias, y la gran cantidad de botes de diferentes colores y tamaños, apostados en hileras sobre su cauce, le conferían a este lugar parte del misticismo sobre el que habíamos oído hablar.
Dar un paseo por sus ghats (escalinatas sobre el río), significa ser abordado todo el tiempo por diversos tipos de personas (sadhus, vendedores, chicos, enfermos); un desfile incesante de gente diferente, pero con un único objetivo común: aliviar nuestro peso, con la simple y altruista intención de querer hacerse cargo de nuestro dinero. Por otro lado, indiferentes a nuestra presencia, centenares de personas orando, meditando, realizando sus abluciones o, tan solo, disfrutando de la quietud de este rio mágico que invita a contemplarlo. Nos, tan metidos en nuestro papel de turistas, no nos permitimos ese momento de tranquilidad, y nos fuimos de Benarés habiendo conocido (pero no comprendido) el porqué de ese magnetismo desmadrado que genera.
Incluso habiendo leído mucho, y a pesar de saber lo que podíamos encontrar allí, ninguno de nosotros estaba preparado para presenciar las imágenes que se nos presentarían al llegar al "burning ghat", o Ghat de cremación. No hubo forma de estarlo, porque nuestra vida transcurre de manera diferente, con concepciones que difieren en un 100% respecto de las que en estas tierras se consideran tradicionales.
Al menos una veintena de hogueras encendidas, sobre cada una de las cuales, envuelto en telas de seda, un cuerpo se consumía de a poco, buscando de esta manera, alejarse de este mundo material. Un desfile permanente de gente, transportando cuerpos ricamente ataviados, para su última ablución ritual en el Ganges, el más importante de los 7 Ríos Sagrados. Vacas merodeando en busca de alimentos; perros que aprovechan el calor del fuego para descansar en estos días atípicamente fríos; familiares y amigos preparando las hogueras, sin que una sola lagrima se derrame; hombres acarreando madera para futuras incineraciones, y otros, los más pobres, recolectando trozos de madera sobrante de cremaciones anteriores, para poder darle ceremonia a algún ser querido; turistas mirones, de caras largas, incrédulos o atónitos ante este espectáculo que supera los límites de la imaginación occidental.
Un electroshock para el Alma, pero sobre todo para la mente. ¿Cómo impedir que las emociones se quieran escapar del cuerpo? Si, Varanasi es un lugar fuerte, impresionante. No hay forma de ser el mismo luego de estar en este lugar, como tampoco hay forma de volver a encarar la vida, pero sobre todo la Muerte, de la misma manera....