Patán y Bakhtapur. Dos obras de arte.


La ciudad de Katmandú se halla ubicada dentro de un extenso valle, en donde además, se ubican estas otras dos ciudades que, junto con la primera, forman el conglomerado urbano más grande del país. Y al igual que en la ciudad capital, estas poseen importantes reliquias arquitectónicas y un extraordinario legado histórico, convirtiéndolas en un atractivo más que interesante para los turistas que pululan por las calles nepalíes. 

Siempre fieles a nuestra consigna de ir "pateando", llegamos a Patán, la segunda ciudad en importancia del Valle de Kathmandu, y también declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El lugar, aunque similar a la Durbar Square de la capital, esta mejor conservado, y el hecho de que a su centro histórico no se permita el ingreso de vehículos, le confieren un aire muy especial, brindando la sensación de haber retrocedido varios cientos de años en el tiempo.
Mejor conservado que el centro histórico de Katmandú, el Durbar Square de Patán mantiene intacto el Palacio Real y la más de una veintena de templos que lo componen, habiendo sido muchos de ellos construidos durante los siglos XIV y XVII, aunque si uno husmea en la historia misma del lugar, y entre alguno de los muchos y muy hermosos edificios históricos que allí se encuentran, se puede topar incluso con elementos creados en el siglo III A.C.,  cuando (según cuentan las leyendas), el mismísimo emperador Ashoka puso sus pies en este lugar.
Tan sólo sentados contemplando a la gente que por allí camina, u orando, o jugando a los naipes, docenas de personas se agolpan sobre los peldaños y figuras que forman los templos que se hallan desparramados por la Durban Square, confiriéndole al lugar un aire despreocupado, como de recreo, el cual tratamos de captar con nuestras cámaras fotográficas, con la firme obstinación de llevarnos con nosotros, al menos un pedacito de la esencia de este lugar tan especial.
Demasiado hay por ver en este increíble país, pero poco el tiempo con el que contábamos, por lo que ajustándonos un poco en nuestro itinerario, nos estiramos un poquito más en nuestra estadía, y nos la arreglamos para poder visitar Bakhtapur. Ésta, es  la tercera ciudad más importante del Valle y, al igual que las anteriores, cuenta con una Durbar Square (o Plaza del Palacio), considerada Patrimonio por la Unesco. Pero esta, a diferencia de las anteriores, se encuentra mucho más limpia, ordenada, y hermosa, y sus edificios, mucho mejor conservados.
Diez dólares fue el precio por ingresar a esta ciudad (a los turistas nos cobran una especie de “bono” para poder conservar el lugar en buenas condiciones) que se nos presento como lo mas autóctono y tradicional del Valle de Kathmandu.
Estrechas calles enmarcadas por edificios de ladrillo rojo y madera trabajada conformando puertas y ventanas;  techos salientes de madera y tejas rojas;  gran cantidad de templos, esculturas, artesanías en arcilla, y gente que intenta mantener un legado cultural (quizás ancestral), relacionado con una forma de vida íntimamente ligada a la agricultura (hoy en día, también volcada en gran parte al turismo), y un “ritmo” de vida bastante desacelerado, que contrasta con los otros lugares que visitamos dentro del mismo valle.
Incluso en el aspecto alimenticio nos pareció todo menos diseñado para el turista, ya que pudimos degustar platos típicos del país, como el "samai baji set", "aalu sandeko" o "buff chatamari" (platos a base de verduras y carne de búfalo), que no habíamos podido encontrar siquiera en Katmandú. Aunque lo que más nos llamó la atención fue la bebida local, la cual descubrimos casi por casualidad, en un pequeño bar de mal aspecto; llamada "tumba" (todo una inspiración!!) consta de pequeños frutos rojizos, parecidos al caviar, colocados en una especie de jarro de acero, con tapa y bombilla de metal, al que se la agrega agua caliente.... un MATE NEPALI!!!! Pero a diferencia de nuestro mate, su sabor resulta similar al del vino tinto, aunque un tanto más suave, y caliente...
Y algo asombro en este lugar, fue también poder recorrer sus callejuelas durante la noche; perdernos en los resquicios de una ciudad medieval que se adormecía con la llegada de la oscuridad, dejando entrever solamente sonidos huecos y paredes desnudas, pero que en silencio relatan una historia de miles de años de tradición.
Así pues, luego de una semana llena de magia y emociones en el Valle de Katmandú, emprendemos la marcha hacia India, con la firme convicción de que este pequeño país llamado Nepal (lleno de paisajes, costumbres, historia, gente amable, pero lamentablemente, al borde de una guerra civil) es el lugar al que, en algún momento, deberemos volver, para poder seguir maravillándonos, porque un sinfín de cosas nos han quedado por ver...