Siguiendo la huella ...

La noche ha pasado y el amanecer va ganando lugar lentamente, filtrando tímidos haces de luz por entre las varillas de caña que forman las paredes del recinto. Débiles aún, atraviesan juguetonamente los tules de colores que cuelgan del techo, ofreciéndonos un despertar multicolor, como si un arcoíris se estuviese colando en nuestra habitación. 
Los cuerpos se estiran, despacio, y nos lleva unos minutos poner en marcha ese proceso lento y complicado llamado “despertar”. 

Es el segundo día de nuestro paseo por las montañas, y el que más nos genera expectativas, ya que hoy es cuando visitaremos el Mae Taeng Elephant Park y nos divertiremos realizando un descenso en gomón por los rápidos del río. O al menos eso es lo que nos habían prometido. 
Luego de poco más de una hora de caminata y de atravesar un peñón rocoso que nos permitió acceder al valle de Maetaman, nos encontramos a las puertas de éste predio privado, ubicado a orillas del río Maetaeng. 


La mayoría de los  animales que hoy se pueden observar en el lugar eran utilizados en trabajos forzosos dedicados a la explotación forestal o deambulaban sin rumbo por las calles de los pueblos y ciudades del norte de Tailandia, en donde sufrían accidentes o ponían en peligro la vida de las personas. A consecuencia de esto, se crea en el año 1996 éste parque privado que tiene como finalidad la protección y el cuidado de éstos grandes colosos. Llegamos ansiosos, con toda la expectativa y la euforia que genera la idea de poder realizar un paseo encima de estos maravillosos animales. 

Inmensos e imponentes, pero dóciles y gráciles al mismo tiempo, imponían un respeto que rápidamente se transformaba en cariño,  aunque siempre quedaba una pequeña sensación de temeridad ante la desmesura de sus proporciones y la fuerza evidente que sus cuerpos transmitían. No obstante, sus ojos acuosos de mirada triste y cierta torpeza en los movimientos, daban la sensación de estar tratando con un niño grande, el cual puede ser brusco en sus formas, pero jamás mal intencionado. 

Así, con ésta ambigüedad en nosotros y distribuidos de a pares, montamos a lomos de éstos magníficos animales, para realizar un paseo que, durante casi una hora, nos permitiría entrar en contacto con ellos, recorriendo senderos, cruzando arroyos y sobrellevando un bambolear de caderas que de a ratos hacía dificultoso poder mantenerse sentados en esa pequeña estructura de hierro y maderas que actuaba como montura. 

De la mano de un “mahout” o “cornaca” (domador o cuidador de elefantes) el animal encaraba diferentes senderos dentro del bosque, atravesando trepadas, descensos e incluso vadeando arroyos, en los cuales pudimos observar fascinados cómo algunos turistas se dedicaban a bañar a otros elefantes, sumergidos hasta la cintura en el agua del río, frotándolos con cepillos y acariciándolos animadamente. Otra veces, pequeñas balsas construidas con cañas de bambú serpenteaban por el curso de agua trayendo a otros viajeros quienes, cómodamente sentados, se dejaban llevar, cámara en mano, utilizándonos a nosotros y los animales que montábamos como objetivos de sus instantáneas, aprovechando la perspectiva que les brindaba su posición más baja. 

Grandes y viejos elefantes se entremezclaban con pequeños más jóvenes, quienes los seguían fielmente, aprendiendo los recorridos y cada uno de los modales que les eran impartidos por los guías, con la finalidad de educarlos para las tareas  que ya pronto les serían encomendadas. 

Hay quienes vieron en el lugar un simple objetivo de lucro a través de la utilización con fines turísticos de éstos hermosos ejemplares de elefantes asiáticos. Yo intenté llegar más allá, conociendo un poco sobre las tareas adicionales que desempeñan quienes forman parte del equipo de trabajo del predio. Un lugar donde también se ha creado un hospital para elefantes, totalmente gratuito, evitando de ésta manera que los mismos debiesen ser trasladados cientos de kilómetros para cualquier tipo de atención médica necesaria, y compartiendo además conocimientos y enseñanzas con diversos grupos de veterinarios e investigadores. Claro está que hay un lucro, pero también una tarea que debe ser mantenida y para la cual se necesita, como en casi todos los órdenes de la vida, el medio económico para ser llevada adelante. Fue poco el tiempo, pero un gusto fascinante e impensado, el poder entrar en contacto con tan maravillosos animales. 

Nuestra mañana fue ocupada con éstos entretenimientos, donde con gusto nos hubiésemos quedado un rato más, si no nos hubieran prometido realizar una flotada por el río. El inconveniente fue que esto otro jamás sucedió. 

Aún hoy no me queda claro el porqué, pero lo cierto es que esa actividad jamás la realizamos. Quizás el nivel del río no haya sido apto. Quizás la cantidad de gente disfrutando del agua en el curso mismo del río haya sido el impedimento. Quizás haya sido la falta de gomones o el equipo de traslado nunca llegó. No lo supimos en ningún momento. El guía sólo se encargó de hacernos abordar un jeep que nos llevó a toda velocidad hasta una esquina dentro de una ciudad en donde nos hizo señas de descender. Para cuando nos dimos cuenta, estábamos en Chiang Mai nuevamente, y nuestra tarde de aventuras se había acabado sin previo aviso. 

http://www.maetaengelephantpark.com/









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