Una noche de esas que no se olvidan ..


“Carlitos Bar” es el lugar de moda durante las noches de Ko Phi Phi, así que la decisión fue la de juntarnos allí después de la cena. Un grupo de francesas aguardaban allí por nosotros (Eliane, Henrique y yo), y posteriormente el grupo se ampliaría con la presencia de algunos brasileros y un par de israelíes, y muchos otros más que se nos sumaron en un momento de la noche en la cual ya no podíamos dar cuenta de quiénes éramos o con quien estábamos. Al comienzo, el alcohol fue el elemento de cohesión (como lo puede ser un buen mate en una ronda de media tarde), pero enseguida se transformó en el motor que nos movilizaría durante toda aquella vibrante e interminable velada.  

Era temprano, y si bien el show de malabares con antorchas y la música invitaban a quedarse, el ambiente se nos presentaba demasiado tranquilo, por lo que nos movimos al Tiger Bar, en busca de un poco más de acción. Y sin poder evitarlo, en el camino nomás caímos bajo la tentación de los tan mentados “bucket´s”: baldes plásticos de diversas medidas, en los cuales se vierten todo tipo de bebidas alcohólicas (sin importar criterio organizativo alguno para dicha mezcla) que, sumados al estado de euforia y libertad sin condicionamientos que vibra en el aire, toman los sentidos por asalto, desinhibiendo al más cohibido, y empujando hacia el abismo cualquier rezago de cordura que uno pudiese haber guardado hasta el momento. Así comenzó nuestra noche.


De a ratos de manera frenética, y por momentos un poco más medidos debido al cansancio y al alcohol, el grupo bailaba al ritmo de la música electrónica que repercutía a más de una cuadra de distancia, avisando al resto de la isla que allí se había largado la fiesta. Un mundo de gente de las más diversas nacionalidades; idiomas entremezclados en un dialecto imposible de ser decodificado; colores de piel y rasgos de los más singulares. Todos éramos diferentes y, al mismo tiempo, tan iguales, bajo los destellos de las luces que titilaban al compás de la música. Como hipnotizados  o poseídos, los cuerpos se movían compulsivamente, y las risas y los abrazos se sucedían incluso con quienes jamás te habías visto, creando un ambiente amigable y divertido, donde todos interactuábamos, sin importar si te conocías previamente. Así habrán pasado unas dos horas, hasta que la música fue bajando de intensidad, y el cuerpo pidiendo un poco de respiro. Pero estábamos extasiados, y no queríamos privarnos del placer de continuar de esa manera, así que nos volvimos para Carlitos Bar, donde la noche se preparaba para darnos revancha.  
Con el cuerpo totalmente intoxicado, y ya en un grupo por demás numeroso, nos fuimos entremezclando, interactuando, y de alguna manera buscando un objetivo en concreto: esa persona, de entre todas, con la cual terminar una jornada de increíble agitación. Yo había deambulado toda la noche sin fijar mi atención en nadie en particular, aunque algunas miradas cómplices y una sensación de cierta conexión se insinuaban con una de las chicas francesas que habíamos conocido el día anterior.  El hecho es que, consciente de haber superado ampliamente mi límite de alcohol en sangre, y con las trabas que un inglés básico me brindaba a la hora de comunicarme, mis expectativas se chocaban de frente con un pequeño retazo de cordura que aún me quedaba, intentando no hacer papelones imposibles de remontar. Pero la noche me deparaba aún algunas sorpresas: la fiesta terminó y, cargados de bebidas y con ganas de seguir divirtiéndonos, encaramos todos juntos hacia la playa; pero a mitad de camino, ya no estaba con el grupo. 

En un momento de lucidez, me doy cuenta de que estoy bailando sobre la arena con la señorita francesa con quien tantas miradas habíamos cruzado. Juntos, ante cada oportunidad que se daba (un paso sexy, una fotografía), sentía como con fuerza ella recostaba su cuerpo contra el mío. Y, al llegar a la costa, el desarrollo inevitable se dio en cuestión de minutos. Primero ella se acerca y, caminando juntos, me toma de la mano; momentos después yo la besaba, recibiendo como respuesta su cuerpo apoyado contra el mío, de una manera extremadamente sensual y apurada. Había piel, y mucha. Se notaba. Podía sentirlo. Cada contacto de mi mano con su cuerpo era como una descarga eléctrica. Se movía, gemía, me abrazaba. 

Sin noción del tiempo transcurrido, y totalmente fuera de mi (y ella fuera de sí), nos encaramamos sobre el lugar más oscuro que encontramos y, creyéndonos protegidos por las sombras, quedamos prácticamente desnudos, recostados sobre la arena, en una secuencia desenfrenada de besos y caricias. Lo dicho: había muchísima piel. Y a mí me volvía loco su forma de hablar: un castellano casi perfecto, con un claro acento español, pero confundido de a momentos con palabras en francés que sonaban ante mis oídos como una muy pervertida insinuación. Y a punto de cometer una locura, logramos sofrenarnos y postergar (tan sólo por un rato), lo que sabíamos inevitable. Su compañera de viaje y mi amiga Eliane se entretenían jugueteando en la playa con los israelíes, por lo que no tuvimos inconvenientes a la hora de adueñarnos de su habitación de hotel. 

Se podía percibir como el aire hervía. Las palabras hervían. Y nosotros no lo hacíamos menos, pero una inesperada pausa dio lugar a una excelente conversación que medió entre nuestra llegada, y el final que ambos deseábamos para esa noche.   

Fue verdaderamente increíble. Hubo una conexión absoluta; entendimiento; una sincronización perfecta. Nada se prohibía; todo estaba permitido. Queríamos disfrutar, jugar, conocernos, y nos dimos la posibilidad de no quedarnos con nada. Todo nos lo brindamos, diciendo y haciendo cada cosa que sentíamos o pensábamos. Una entrega total,  que nos dejaría extenuados al cabo de dos horas de un encuentro no imaginado. Tan solo hubo placer. Un placer desmedido, y posible gracias al habernos dado la oportunidad de dejar de lado cualquier tabú; sin trabas ni vergüenzas de ningún tipo. Fue una comunión sincera de dos cuerpos que sólo buscaban la entrega absoluta. Y lo logramos. 

Para cuando volvimos a la realidad, ya el sol había despuntado sus rayos en el horizonte; el calor se hacía sentir, y todo el peso de lo acontecido se sumaba a las horas sin dormir y al exceso de bebidas. Importaba acaso? No, para nada. Estábamos ajenos a toda consideración de ese tipo. Luego de compartir una ducha de agua fría, lo único que nos atormentaba es que yo debía partir de la isla en tan sólo unas horas. Y ninguno de los dos quería que sucediera, ya que nos habíamos topado con algo inesperado, pero magnífico. 

Nos organizamos para aprovechar la playa hasta el mediodía (era mi momento de partida) y yo fui en busca de los chicos. Arruinados es la palabra que más se aproxima a las condiciones en las que los encontré. El exceso de alcohol los había dejado rendidos y me costó realmente mucho poder levantarlos. Ya abandonada la habitación y reagrupados, nos adueñamos de un pequeño mangrullo ubicado sobre la playa, donde pasaríamos prácticamente todo el día. Y, aunque debíamos partir, finalmente no lo hicimos. Henrique y yo no teníamos ganas de que sucediera, y logramos convencer a Eliane de que un día más en la isla era necesario para recuperarnos de la noche anterior. Lo cierto, es que había encontrado un motivo para quedarme. 



No hay comentarios: