Ya en la ruta nuevamente, Bangkok me esperaba ...

Una luz tenue ingresando por la ventana y el sonido de personas en movimiento me devolvieron a la realidad, despertándome en el momento preciso en que el bus dejaba atrás lo que podría haber sido una autopista, para ingresar en la terminal de ómnibus de Bangkok. Tuve que volver a comenzar. Otra vez debía mezclarme con la multitud y comprender como funcionaba todo.  
No quería que me sucediera lo que otras veces, así que opté por sentarme a desayunar tranquilo, despabilarme y averiguar cómo manejarme en una ciudad que se me ocurría sería inmensa. Y lo hice bien; al cabo de un rato nomás me hallaba a bordo de un colectivo urbano rumbo a Bamglamphu, el área “backpacker” de la ciudad, pegada al Chao Phraya River y muy cerca de algunos de los más importantes elementos turísticos de la capital.  

Enmarcada en un área residencial sumamente apacible, Khao San Road es un mundo diferente dentro de Bangkok. Todavía no había visto nada, pero esta idea me quedó clara apenas puse los pies sobre esta calle, que a esas horas tempranas de la mañana aún no había cobrado vida. Una sucesión interminable de bares, restaurantes, alojamientos, tiendas y comercios se entremezclan con cientos de carteles luminosos que publicitan cuanto nuestra imaginación pueda concebir. No sabía aún cómo funcionaba todo, pero podía imaginarlo: una calle peatonal, convertida en un desfile incesante de personas, donde lo auténticamente tailandés se vería modificado por la irrupción de formas y modismos traídos por los miles de turistas que caminaban permanentemente por allí. Y no sólo no me equivoqué, sino que me quedé realmente corto en mi concepción de las cosas … 


Poco más de una hora pasé recorriendo pequeñas callecitas, tratando de dar con un alojamiento modesto que no diera por tierra con mi escaso presupuesto; finalmente una habitación simple pero limpia y un baño compartido fueron más que suficientes para alejarme por un rato del calor agobiante que invadía la ciudad, a pesar de las espesas nubes grises que preanunciaban tormentas inminentes. 

Próximo ya el año nuevo tailandés, los preparativos estaban a la vista, como así también algunas actividades. En este caso, deambulando por la zona lindante al río, me topé con unos puestos ubicados sobre una plazoleta, donde integrantes del Departamento de Policía de la ciudad se encargaban de repartir bebidas y comidas a los transeúntes. Primando el hambre por sobre mi curiosidad, opté por acercarme, y  de pronto me topé con un hombrecito viejo, algo encorvado y con arrugas en forma de surcos que acentuaban la fisonomía de sus ojos, quien cortésmente me tendió la mano, obsequiándome un bol con sopa de fideos. Debo admitir que sentí algo de vergüenza por recurrir a esto cuando podía pagar por mi almuerzo, por lo que decidí preguntar si debía abonar algo, pero este señor, con una sonrisa cómplice y un gesto de ternura de esos que solo los abuelos saben brindar, meneó la cabeza, dejando en claro que nada se debía, y continuó con su tarea.  

Y cualquier tipo de desconfianza que pudiera haber tenido respecto de la imagen que un par de fideos flotando libremente sobre un caldo pálido dentro del bol me produjera, se esfumó al instante mismo de dar el primer bocado. La sopa resultó estar ricamente condimentada, dejando una clara sensación picante en la boca, la que pude disfrutar a pesar de lo mucho que me hizo transpirar. Pero para compensar, un vaso con hielo y granadina (dicho sea de paso, también de obsequio), apagaron la sensación de calor que me sofocaba. 

Mi primer contacto con esta gran ciudad me era grato, a pesar del calor excesivo que se percibía en el ambiente, pero era consciente que un viaje extenso y pocas horas de sueño no me permitirían disfrutar de la jornada a pleno, a menos que decidiera descansar un poco. Así, preferí regresar a mi habitación, para encarar con más energías todo aquello que Bangkok tenía para ofrecerme. 




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