Nuevamente, rumbo a los Himalayas ….


Poco más de 34 horas a bordo del Brahmaputra Mail me aguardaban, tanto de ida como de vuelta, para poder disfrutar de las montañas del noreste, donde buscaría algo de esa paz que no había podido hallar hasta el momento. 
El primer destino fue Darjeeling, en West Bengal. Una ciudad grande, ruidosa, “colgada” prácticamente de la montaña, y famosa a nivel mundial por sus excelentes plantaciones de té. Pero mi búsqueda iba a ser otra. Llegaba hasta aquí con la expectativa puesta en poder observar el Kanchendzonga, la tercer montaña más alta del planeta. Aunque en la temporada correcta, la naturaleza dicta sus propias reglas, y una constante e implacable nube lo cubrió todo durante los 4 días que permanecí en este lugar, impidiéndome concretar ese objetivo, pero regalándome otros inimaginables mágicos momentos.  


Apenas el sol despunta, el ferrocarril cobra vida: cuerpos envueltos en mantas y saris se desperezan lentamente; ruidos de cadenas y chirridos de asientos; sonidos de pisadas y cepillos de dientes en plena labor; maderas que se quejan al abrirse alguna ventana; manos que revisan bolsos; etc. Todo cobra vida. Aparecen las primeras voces: algunas, graves, apagadas, que denotan un despertar no muy lejano; otras, entreveradas, con un sonido gutural, se cuelan a través de un altoparlante; unas pocas, más despiertas y con una fuerte entonación, vocean “chai”, ofreciendo  lo que para esa hora de la mañana, y a bajas temperaturas, se transforma en un verdadero elixir. 

La idiosincrasia india es una mezcla de “amontonarse” con “entremezclarse”, entablando conversaciones improvisadas que pueden durar horas o minutos, con un final tan brusco y repentino como lo fue su comienzo. Y así, de ésta manera, se sucederían diversos interlocutores durante toda la jornada a bordo del tren, alternándose con rondas de té, frutas, comidas, en medio de un aire distendido y cordial, donde todos me trataban como a un gran “invitado”. Dos nepalíes, un hindú, dos bengalíes y un argentino, formaban un cuadro muy pintoresco, donde el idioma que primaba no era el inglés, sino más bien una alternancia de gestos y miradas que explicaban más que muchas palabras. Las formas de estas gentes; su educación, su afabilidad, todo marcaba una diferencia con el clásico modelo hindú al que estaba acostumbrado, y fue en ese ambiente ameno que logré  deshacerme de a poco del mal humor de días pasados.

Y aquí, en éste pequeño hogar improvisado, he de conocer a Rash, quien dejaría en mí una impronta difícil de borrar. Él precisaba hablar, expresarse, y encontró en mí a ese alguien con quien compartir esa necesidad. Qué manera tan particular adoptan las creencias y costumbres en cada lugar!! La forma de vivir, de actuar, de pensar o, incluso, la forma en la que debemos sentir, pueden verse condicionadas por el entorno en el cual nos desarrollamos. Sólo bastaba con mirar a Rash a los ojos para descubrir ese brillo particular en su mirada que denotaba cierta angustia, resignación, congoja. Esa expresión cabizbaja adoptada por quienes viven una vida que no consideran plena. Eso vi en sus ojos, y a pesar del sueño que me vencía, decidí conversar con él.  

Rash es un muchacho de 29 años, bien parecido, de contextura física armoniosa, amable, educado, de maneras cordiales y sumamente amigable. Una persona que ha estudiado medicina, y en la cual se perciben capacidades interesantes. Un hombre en condiciones de poder llevar adelante su vida sin muchos más condicionamientos que los autoimpuestos, según la imagen que de él me voy formando. Es un ser desarrollado físicamente, pero que a pesar de sus casi 3 décadas, no ha tenido la posibilidad de enfrentarse a la vida de manera personal, individual, enfrentando sus propias experiencias. Es un chico atrapado en el cuerpo de un adulto, sin acciones concretas de desarrollo personal. Así infiero que se siente; así es como me demuestra que se siente. 

Nacido en una sociedad de acentuado liderazgo patriarcal, él debe seguir a rajatabla los designios de su progenitor. A pesar de sus 29 años nunca ha trabajado, ya que su padre no lo considera necesario; tampoco dispone de su propio dinero, ya que no posee forma de obtenerlo (incluso para comprar una gaseosa o un té, debe pedirlo); mucho menos aún es libre para amar, ya que la mujer que roba sus sueños desde hace 8 años (y quien a su vez le corresponde en sentimientos) le es prohibida ya que sus padres no consideran adecuada esa relación. 

Con un nudo en la garganta habla durante largo rato, desahogando penas. Yo lo escucho en silencio, y no puedo dejar de sentir algo de lástima, mientras un sinfín de reflexiones vienen a mi mente: cómo es posible que una persona pueda sentirse plena, cuando ciertos preceptos o concepciones (de cualquier índole), nos son impuestas, coartando nuestras posibilidades de elección y desarrollo personal? Cómo es posible aceptar en silencio la negación de un amor que sabemos nos es correspondido? Cómo vivir nuestra vida según las ideas de un “otro”, diferente a uno mismo? Pacientemente presto mis oídos, hasta que ambos entramos en una especie de letargo que indica que ha llegado la hora de envolvernos en el mismo manto de silencio que ya ha invadido al resto de los pasajeros del vagón. 

En plena noche, enredado en mi bolsa de dormir y entre sueños, los saludo cuando él y su padre llegan a destino. La situación es algo confusa ya que estoy muy dormido, pero algo ha cambiado: distingo una mirada alegre, acompañada de una casi imperceptible sonrisa en el rostro de Rash; la escena me regala la certeza de que le ha hecho muy bien el poder hablar conmigo. Casi tanto, tal vez, como a mí, el haberlo escuchado … 







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