Entre monasterios y monjes budistas …


Algo contrariado ante la imposibilidad de avistar el K2, decidí continuar la marcha. Esta vez, hacia el pequeño principado de Sikkim, el "Shangri La" o "Paraíso en la tierra", como lo definen las leyendas: es ese lugar donde solo un grano de arroz basta para alimentar a sus pobladores. Enormes, colosales, gigantescas montañas, otrora cubiertas de bosques, son hoy el asiento de comunidades en donde lo hindú y lo budista, lo indio y lo nepali, se entremezclan formando una amalgama cultural muy especial, con modos de subsistencia basados en la explotación agrícola del entorno, cultivando en terraplenes construidos sobre inmensas laderas.   
Seguía siendo India, o al menos los mapas así lo aseguraban. Pero en el aire había algo diferente, distinto. Esa atmósfera especial que genera la idiosincrasia budista se respiraba por doquier. Monasterios, banderas de oración desplegadas al viento, monjes, y cantos llenos de devoción empapaban el alma con una paz y armonía dignas de los mejores libros de cuentos. 


Pelling, Yuksom, Tashiding...pequeños poblados rurales a los cuales se accedía caminando, luego de jornadas agotadoras de unos 15 ó 18kms a pie por la montaña, mochila a cuesta, ya sea siguiendo la ruta, o cortando camino a través de los campos de cultivo y senderos en medio del bosque. Arriba y abajo eran simplemente ideas abstractas; se trataba de ir hacia adelante. Eso era lo que importaba, disfrutando de un silencio y espiritualidad que hasta el momento no se habían hecho presentes.  

En eso de tanto andar, me topé con Kechopari Lake;  un  rincón mágico de los Himalayas donde el “vivir” es sinónimo de “sentir”... Allí pensaba visitar un lago que es considerado sagrado tanto para budistas como para hinduistas, y pernoctar sólo una noche. Pero el destino me hizo una jugada, y terminé quedándome una semana.

Ubicado en la cima de una colina, al que se llega luego de trepar una gran cuesta a través de un espeso bosque,  me alojé en lo del "Pala", un viejo Lama exiliado del Tíbet, de unos 85 años de edad (o más, o menos, nadie lo sabe con certeza) y que fuera cocinero  del Dalai Lama. Allí vive junto a su encantadora familia, donde subsiste impartiendo enseñanzas en una escuela casi improvisada y conduciendo un muy modesto “guesthouses” para viajeros, desde donde se obtiene una perspectiva sin igual de la cordillera del Himalaya. 

Un paisaje indescriptible, con macizos rocosos cubiertos de nieve que se asoman entre las montañas más bajas; campos cultivados; mujeres trabajando la tierra; niños vistiendo el típico atuendo bordo de los monjes budistas; aves trinando desde los redodendros que afloran con la llegada de la primavera, y esas miles de banderas que le piden al viento, esparza sus deseos de esperanza y bendición para todos y en cualquier lugar, sin diferenciar razas, credos o pertenencias...  

Así, entre pequeños poblados budistas, transcurrieron poco más de dos semanas, perdido en ese rincón impensado del planeta; el pecho lleno de sensaciones placenteras y una mente serena, apaciguada por la calma y la quietud que tanto ansiaba y, finalmente,  había logrado hallar. 

Pero debía despedirme. No podía seguir quedándome. Por eso emprendí el regreso: melancólico, triste, algo compungido. Todo esto por tener que dejar atrás un lugar que se había brindado sin reparos, mostrándose en toda plenitud. Pero al mismo tiempo, contento, feliz, porque esta India que tantas decepciones me había dado, ahora me mostraba su otra cara. Su lado apacible, sereno, y lleno de verdadero encanto y espiritualidad. 

Pero faltaba algo. Un gustito, de esos que uno se da solo para satisfacer a ese niño que se dice llevamos dentro. Un viaje fabuloso en un ten en miniatura, el Toy Train, que recorre las montañas por algo más de 90kms, permitiendo disfrutar de paisajes deslumbrantes, llenos de colorido y aromas, zigzagueando entre plantaciones de té y añosos bosques de pinos y redodendros. 

Se había planteado una nueva oportunidad, y la providencia me permitió aprovecharla al máximo. India reparaba agravios brindando lo mejor de sí, para que el recuerdo no fuera ingrato, y el saldo negativo. Aunque la decisión estaba tomada, quedaba una puerta abierta y una sensación compartida de que no todo estaba dicho; quedaba mucho por develar y por recorrer... 

Una segunda visita a estas tierras llenas de contrastes fue el acuerdo al que llegamos. Esta India increíble pago su deuda, ahora falta que Yo, algún día, pueda saldar mi parte.....














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