Buscándome a mí mismo …


Ese había sido desde el comienzo el objetivo primordial del viaje. Por supuesto que conocer la India había sido siempre un sueño, y creía firmemente en poder encontrar allí un sinfín de respuestas, pero la realidad de un país tan contrastante logró superar ampliamente no sólo mi capacidad de asombro, sino también mi posibilidad de reacción ante cada acontecimiento que ponía a prueba mi paciencia. Ya no disfrutaba como hubiese querido hacerlo, y decidí preservar todo eso que había ganado en las últimas semanas en ese país, llevándomelo como recuerdo, sin exponerlo a nuevos sinsabores que enturbiaran lo que había vivido. Así tomé la decisión de partir rumbo a Malasia, modificando de raíz un itinerario previsto desde hace meses, y dejando como materia pendiente el recorrer toda la porción sur del sub-continente indio. 


Desde la ventana del avión contemplaba como, lentamente, las luces de la ciudad de Nueva Delhi se transformaban en luciérnagas diminutas, que se perdían en una vasta oscuridad que todo lo engullía. Y una sensación vaga me invadía. Casi como si esa misma oscuridad, se encargara de engullir también todo mi pesar. No hubo arrepentimientos, ni dilaciones. Me alejaba con la certeza de haber tomado la decisión correcta, y la garantía de que así era me la daba una mente serena, apaciguada, y el convencimiento de que todo se  había producido por alguna razón que, por el momento, me era vedada interpretar, pero que debería develarse con el correr del tiempo.

Pero debo admitir que durante el vuelo hubo un momento, unos minutos, en los cuales una fuerte emoción me estremeció, al punto de llegar a las lágrimas. No fue por la despedida. No fue lo que se avecinaba. Fue tan sólo el mero cambio; el volver a empezar. Fueron esos momentos en los que me sentí desprotegido, descuidado, y sin contención, ya que un cambio importante se producía en mi vida, y no contaba con nadie cerca de mí con quien poder compartirlo. 

Y fue ese también el instante donde una lluvia de imágenes se agolparon en mi cabeza. Diapositivas; instantáneas. Una manifestación mental de rostros, de personas a quienes amo, y de personas que me aman, de una en vez, con una claridad y nitidez que helaban la sangre. Fue un atracón de sentimientos, y no existió manera de contener el llanto. Lloré. Lloré por lo que amo; por quienes ya no tengo conmigo;  por quienes extraño.  Lloré por lo que era, y por lo que quería ser. Por todo eso y mucho más, lloré un llanto contenido, asfixiado, que sólo dejó como evidencia unas pocas lágrimas marcadas en una servilleta de papel, y un par de pupilas dilatadas. 

Me iba de India, y quizás para nunca más volver, pero con la certeza y la determinación de quien cree fervientemente en lo que está haciendo. Y convencido de seguir encontrando muchas más de esas señales que, hasta el momento, me habían ido marcando el camino a seguir. 

Temprano por la mañana, cuando un sol tímido apenas se insinuaba,  el avión hizo su aterrizaje en tierras malayas. Ya todo aquí lo conocía, así que con la seguridad de quien sabe cómo moverse, me apresté en el asiento de un bus, y me dejé llevar. La cabeza recostada sobre la ventanilla, la mirada perdida, y una suave sonrisa en los labios, marcaron mi arribo a Kuala Lumpur. 

1 comentario:

Sergio Mussini dijo...

Esta es la primera vez que leo algo de tu incursion x Asia, y me gusto mucho como describiste ese momento tan importante de tu viaje. Felicitaciones mi amigo. Te mando un abrazo!!!