Así, con tan interesantes perspectivas, decidí colgarme la mochila al hombro y salir a caminar por sus calles; mapa en mano y con ganas de conocer, decidí hacerle frente al calor, ganando por cierto la batalla, pero quedándome muy en claro que es un enemigo al que se debe respetar y tratar con mucha cautela.
Pateando Bangkok
Aprendiendo sobre budismo...
La opción más interesante era sin duda la de ingresar al Palacio Real, que se levantaba majestuoso detrás de altas paredes de color blanco. Pero sabía con seguridad que eso demandaría al menos dos horas de recorrido que agotarían mis fuerzas bajo un sol que caía a plomo y no daba tregua, por lo que opté por hacer algo más relajado. Cámara de fotos en mano, me dediqué a recorrer el templo budista conocido como City Pillar Shrine: construido con un característico estilo chino – tailandés, el edificio alberga en su interior un pilar que recuerda el traslado de la ciudad capital a su ubicación actual, allá por el año 1782, de la mano del Rey Rama I, convirtiendo además a esta estructura en el primer edificio erigido en la nueva ciudad.
Ya en la ruta nuevamente, Bangkok me esperaba ...

No quería que me sucediera lo que otras veces, así que opté por sentarme a desayunar tranquilo, despabilarme y averiguar cómo manejarme en una ciudad que se me ocurría sería inmensa. Y lo hice bien; al cabo de un rato nomás me hallaba a bordo de un colectivo urbano rumbo a Bamglamphu, el área “backpacker” de la ciudad, pegada al Chao Phraya River y muy cerca de algunos de los más importantes elementos turísticos de la capital.
Enmarcada en un área residencial sumamente apacible, Khao San Road es un mundo diferente dentro de Bangkok. Todavía no había visto nada, pero esta idea me quedó clara apenas puse los pies sobre esta calle, que a esas horas tempranas de la mañana aún no había cobrado vida. Una sucesión interminable de bares, restaurantes, alojamientos, tiendas y comercios se entremezclan con cientos de carteles luminosos que publicitan cuanto nuestra imaginación pueda concebir. No sabía aún cómo funcionaba todo, pero podía imaginarlo: una calle peatonal, convertida en un desfile incesante de personas, donde lo auténticamente tailandés se vería modificado por la irrupción de formas y modismos traídos por los miles de turistas que caminaban permanentemente por allí. Y no sólo no me equivoqué, sino que me quedé realmente corto en mi concepción de las cosas …
Sólo en Phuket
Estaba nuevamente solo, y me sentí desprotegido. Una sensación
de vulnerabilidad me invadió por completo, a tal punto que permanecí largo rato
en el puerto sin saber qué hacer. Triste, solo, malhumorado y bajo la lluvia. No,
definitivamente no era un buen día para mí.
Debía moverme, aunque recién llegado a la ciudad no sabía
bien hacia donde. La situación rememoraba aquellos últimos días en India,
cuando en el Rajasthán ya nada toleraba, y no quería que nadie se me acerque. Mapa
en mano, comencé a caminar con mi mochila a cuestas intentando encontrar algún
lugar donde alojarme y, de paso, sacudirme la rabia con el esfuerzo. Y si bien
mucho no sirvió como terapia, al menos fue útil para encontrar donde pasar la
noche: un lugar sencillo y barato aunque caluroso por demás, y con un olor a
fritura que se había impregnado hacía tiempo en las paredes, seguramente debido
a la presencia de un pequeño restaurante justo debajo de mi ventana. No era precisamente
la mejor alternativa de la ciudad, pero me servía para recluirme, y con eso me
bastaba.
Alguien especial en el camino ...
Casi como si hubiésemos podido predecir el futuro, nos despedimos de los chicos con la certeza de que nuestros pasos volverían a cruzarse, ya sea de común acuerdo, o por azar. Y esa seguridad nos dio la tranquilidad necesaria como para poder fundirnos en un abrazo fraternal y emocionado, pero sin esa carga melancólica y negativa que suelen generar las despedidas. Y así, mientras el barco se alejaba de Ko Phi Phi llevándose a quienes habían sido los mentores de algunos de los más gratos momentos de mi viaje, yo me quedaba en el muelle, sonriendo alegremente no sólo por haber seguido hasta allí a mis emociones, sino por la tranquilidad que me brindaba saber que el camino volvería a cruzar nuestras pisadas.
Una noche de esas que no se olvidan ..

Era temprano, y si bien el show de malabares con antorchas y la música invitaban a quedarse, el ambiente se nos presentaba demasiado tranquilo, por lo que nos movimos al Tiger Bar, en busca de un poco más de acción. Y sin poder evitarlo, en el camino nomás caímos bajo la tentación de los tan mentados “bucket´s”: baldes plásticos de diversas medidas, en los cuales se vierten todo tipo de bebidas alcohólicas (sin importar criterio organizativo alguno para dicha mezcla) que, sumados al estado de euforia y libertad sin condicionamientos que vibra en el aire, toman los sentidos por asalto, desinhibiendo al más cohibido, y empujando hacia el abismo cualquier rezago de cordura que uno pudiese haber guardado hasta el momento. Así comenzó nuestra noche.
Ko Phi Phi Don: el lugar que toda persona sueña conocer
El tiempo transcurrido en tierra firme había superado las expectativas puestas en un comienzo: una semana de permanencia en Krabi había sido más que suficiente como para recobrar energías. Ahora, la mira estaba puesta en un conjunto de islas ubicado a poco más de 40kms de tierra firme, sobre el mar de Andaman.
Ko Phi Phi Don es la más importante de ellas en cuanto a tamaño, pero también en cuanto a desarrollo, ya que allí se encuentran prácticamente todos los alojamientos y servicios que los turistas puedan llegar a necesitar. Algunas otras islas, más pequeñas, sólo son visitadas durante el día por excursiones náuticas que recalan en ellas por breves períodos, sin habitantes permanentes o posibilidades de alojamientos turísticos. Hasta allí llegamos utilizando los servicios de un moderno catamarán, en el cual Eliane, Henrique y yo, conoceríamos además a Javier y Elena, dos argentos con los que compartiríamos parte de nuestra estadía.
En el pasado, Phi Phi ha sido famosa por su entorno verdaderamente increíble en el corazón de la costa de Andamán, la cual presenta arenas blancas y aguas turquesas y cristalinas, rodeadas de acantilados de piedra caliza, que le han valido la posibilidad de ser elegida como escenario natural para la filmación de la película “The Beach”, de Leonardo Di Caprio.
Viajar es buscar tu identidad por contraste
Ellos, oriundos de Minas Gerais (Brasil), desde hace tiempo viven en Londres y, conversando acerca de mis intenciones de ganar algo de dinero para poder seguir viajando, insisten en que ese es el lugar que no debo dejar de visitar, aduciendo que están en condiciones de brindarme su ayuda para poder emplearme en alguna actividad, y el hecho de contar ya con una invitación segura en cuanto a dónde alojarme. Francamente, debo admitir que la tentación es mucha ...
Un reencuentro con Amigos ..
Krabi Town se presenta como un pequeño paraíso para los escaladores, donde formaciones geológicas muy particulares brindan además, un efecto paisajístico increíble.
Inmensos bloques ígneos se elevan por más de 100 metros de altura, tanto desde la tierra como en el agua, cubiertos por una profusa vegetación selvática y con una fisonomía especial. Este relieve, llamado kárstico, se origina a causa del proceso de meteorización química de determinadas rocas (como la caliza y el yeso), que están compuestas por minerales solubles en agua las cuales, tanto superficiales como subterráneas, van disolviendo las rocas y creando galerías y cuevas que, ya sea por hundimiento de tipo parcial o total, van formando dolinas, cañones, cuevas, estalactitas, estalagmitas, etc.
El paisaje estaba ahí, al alcance de la mano, pero el hecho de dedicarme a la escalada con temperaturas que llegaban a oscilar los 40 grados no era algo que me entusiasmara demasiado, así que opté por disfrutar del lugar, pero de una manera más apacible y convencional. Decidí recorrer a pie cada rincón de este pequeño poblado hasta que, habiéndolo descubierto en su totalidad, me dediqué a visitar algunas de las playas cercanas (el verdadero motivo de mi estadía allí).
De vuelta a la civilización.....
Y también pesaban los sentimientos. Y cómo no deberían de hacerlo si aquí había comenzado todo: en éstas tierras hice mi debut puertas afuera, dando los primeros pasos de una aventura que ya había modificado su itinerario en reiteradas oportunidades, dejándose enredar entre comentarios y recomendaciones de viajeros, que delineaban mi camino al ir marchando.
Buscándome a mí mismo …
Ese había sido desde el comienzo el objetivo primordial del viaje. Por supuesto que conocer la India había sido siempre un sueño, y creía firmemente en poder encontrar allí un sinfín de respuestas, pero la realidad de un país tan contrastante logró superar ampliamente no sólo mi capacidad de asombro, sino también mi posibilidad de reacción ante cada acontecimiento que ponía a prueba mi paciencia. Ya no disfrutaba como hubiese querido hacerlo, y decidí preservar todo eso que había ganado en las últimas semanas en ese país, llevándomelo como recuerdo, sin exponerlo a nuevos sinsabores que enturbiaran lo que había vivido. Así tomé la decisión de partir rumbo a Malasia, modificando de raíz un itinerario previsto desde hace meses, y dejando como materia pendiente el recorrer toda la porción sur del sub-continente indio.
Entre monasterios y monjes budistas …
Seguía siendo India, o al menos los mapas así lo aseguraban. Pero en el aire había algo diferente, distinto. Esa atmósfera especial que genera la idiosincrasia budista se respiraba por doquier. Monasterios, banderas de oración desplegadas al viento, monjes, y cantos llenos de devoción empapaban el alma con una paz y armonía dignas de los mejores libros de cuentos.
Nuevamente, rumbo a los Himalayas ….
El primer destino fue Darjeeling, en West Bengal. Una ciudad grande, ruidosa, “colgada” prácticamente de la montaña, y famosa a nivel mundial por sus excelentes plantaciones de té. Pero mi búsqueda iba a ser otra. Llegaba hasta aquí con la expectativa puesta en poder observar el Kanchendzonga, la tercer montaña más alta del planeta. Aunque en la temporada correcta, la naturaleza dicta sus propias reglas, y una constante e implacable nube lo cubrió todo durante los 4 días que permanecí en este lugar, impidiéndome concretar ese objetivo, pero regalándome otros inimaginables mágicos momentos.
Jaipur, la Ciudad Rosa.
Demostrado quedó que no puedo con mi genio, sobre todo, si
me agarran desprevenido. Así fue en el tren, camino a Jaipur, durante un viaje
nocturno. Para que un chico no quedara separado de la familia accedí a
cambiarle mi litera, siendo el resultado previsible: casi no dormí. La cama en
suerte me tocó paralela al pasillo (al lado del ir y venir de la gente),
resultó ser más corta que el resto y las 2 ventanas no se cerraban con firmeza,
así que el frío se hizo sentir durante todo el viaje. Amanecido antes de
amanecer, así arribé a Jaipur, la más grande de las ciudades de este estado, y también
la más polucionada, ruidosa y súper poblada. Lo sabía, pero esperaba que su
centro histórico y edificios importantes contrastaran con el resto. No fue tan
así.
Visitando el Templo de las ratas
Sentado en el piso de la estación de trenes me encuentro,
mientras un tumulto de gente a mi alrededor sigue con los modelos a los cuales
(a pesar del tiempo), no logro acostumbrarme: niños pidiendo dinero; un chico
semi desnutrido se arrastra por el piso suplicando una limosna; otro que
arregla bolsos vuelve a la carga por un pequeño parche en mi mochila, sin
hacerse eco de mi firme y ya no tan amigable negativa; una mujer intenta levantarse
del piso luego de haber sido embestida por un carro que transporta mercaderías,
etc. Todo sucede en este andén como, al mismo tiempo, en muchos otros andenes
de esta inexplicable India.
Jodhpur, la Ciudad Azul, y un casamiento hindú ..
Arena, camellos y otras hierbas…
Cuando, organizando el viaje, pensé en hacer un safari en
camello, se me ocurrieron obviedades tales como: desierto, calor, médanos,
dolor de huevos, olor a camello, etc.; ahora, lo que jamás se me había
ocurrido, es que pudiera llegar a resultar en una experiencia tan divertida!
Montados en el jeep, todos medios apretados y con las provisiones metidas en la
entrepierna, fuimos dejando atrás la ciudad. El grupo estaba formado por nosotros (Fabrize, Laura, Sam y yo), y otras 4 personas que se nos sumaron
al momento de comenzar y de las cuales, increíblemente, dos eran también
argentinas.
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