Convertida en capital del estado Marwar (Tierra de la
Muerte) en 1549 y de un poderoso y belicoso
clan rathore, la ciudad se desarrolló a los pies de una creación sin igual.
Bella e imponente, la fortaleza fue construida en piedra gres ocre (arenisca),
con dimensiones monumentales que combinan armoniosamente la solidez defensiva y
la refinada elegancia cortesana, albergando suntuosos palacios, jardines,
patios, puertas enormes, largas rampas, una muralla de casi 2kms de extensión,
y el testimonio de una larga historia de guerras y batallas, pudiendo jactarse,
altiva, de haber caído en manos enemigas sólo una vez (fue tomada por
Aurangzeb, en el siglo XVIII).
Una visita increíble, con un servicio de primera categoría a
nivel turístico (servicio de auto guía en español por medio de auriculares de
uso individual), me hizo sentir cómodo y relajado, y fuera de las cánones a los
que uno se acostumbra en estas tierras. La visita la realicé caminando,
auriculares al oído, cámara de fotos en mano, y emociones a flor de piel. Es
una obra de arte para ser admirada; dantesco en sus dimensiones, colosal en su
significado, sorprendente en su historia y sumamente romántico en los detalles.
Un lugar ideal para perderse en uno mismo.
Así estuve toda una tarde, recorriendo varios sectores que
han sido convertidos en museos, visitando las murallas, y disfrutando de la
proverbial vista que el entorno me ofrecía: la Ciudad Azul. La mayoría de las
viviendas fueron encaladas con un color azul lavanda, dando un marco muy
especial a la ciudad. El motivo? Muchas de ellas son propiedad de personas que
pertenecen a la casta de los brahmanes, quienes veneran básicamente a Krishna
(una de las principales deidades del panteón hindú), a quien se lo representa
con su rostro pintando de éste color. La tradición se fue extendiendo, y hoy aún
se utiliza, teniendo en cuenta además que brinda una sensación de frescor
suavizando el calor ambiental y que, como si fuese poco, dicen, aleja a los
mosquitos.
Pasé dos días recorriendo Jodhpur, conociendo algunos de sus
principales elementos, como el muy
animado Bazaar, y la Clock Tower, en pleno corazón de la city. Aunque las
mejores impresiones me llegaron al perderme mientras recorría la ciudad
antigua, donde un laberinto de pasadizos y estrechas callejuelas forman un entramado que
comunica la ciudad “nueva” con los laterales del fuerte. Sin rumbo, pero sin
preocupaciones, me dediqué a disfrutar de un silencio sobrecogedor, de un color azul que todo lo inunda; de animadas
calles comerciales especializadas por rubros; niños con uniformes de colegio; hombres
duros de labor, que se vuelven dóciles ante la cámara que los retrata; pobreza;
gente enferma; mujeres con hermosos “saris” preparando la mezcla para construir
el pavimento... Postales de un mundo diferente....Aunque aún faltaba un retrato
más de esta India tan fascinante pero, muy a mi pesar, no fue una fotografía
con la cual me sintiera a gusto.
Invitado por el dueño del hostel, y vistiendo mis “mejores
galas”, asistí junto a otros turistas a la celebración de un casamiento. La
curiosidad y la ansiedad eran muchas al inicio; cierta pena y algo de
incomprensión, fueron el resultado final. Se trataba de un gran salón, con un
pequeño taburete en el centro y sillas ubicadas en los laterales, mirando al
centro. En el piso, gran cantidad de bandejas de plata atestadas de objetos de
los más diversos tipos (frutas, cereales, comidas, anillos, ropa, relojes,
etc.), y las mujeres sentadas de cuclillas frente a éstos. Nosotros, sobre uno
de los laterales, nos dedicábamos a observar y tomar fotografías. Todo estaba
dispuesto de manera ordenada y a la espera de los “novios”.
Primero ingreso el hombre; muy bien ataviado, con un traje
oscuro y un turbante rojo en su cabeza, cuyo extremo colgaba a sus espaldas,
casi hasta el suelo. Una bendición, algunas explicaciones “contractuales”, y
luego hizo su aparición la novia, quien vestía un hermoso sari de tonalidades
azul y roja. Y mucho movimiento de personas en torno a ellos me hizo creer que
se preparaba algún tipo de ceremonia religiosa, o algo por estilo, aunque mi
expectativa no fue satisfecha.
No hubo ceremonia, ni oficio, mucho menos palabras o
discursos; tampoco nada (fuera de los regalos y los trajes), que diera la pauta
de que aquélla, era una ocasión especial o de alegría. Al novio le colocaron
unas prendas y objetos sobre sus piernas, junto a un gran fajo de billetes (la
dote que la familia de la novia debe pagar a la del nuevo marido); unas
palabras entre los padres, y se dio por consumado el hecho. Nada de emociones;
nada de regocijo. No había caras de felicidad ni muestras de emoción de esas
que invaden a las personas cuando se supone unen sus vidas y su futuro con
alguien con quien van a compartir todo, de ahora en más, y para siempre. Fue algo
así como una “transacción comercial”; simplemente un intercambio, carente de
demostración afectiva. Pero como haberla? Es decir, cómo hacerlo de otro modo
si (luego nos explicarían) en la mayoría de los casos los compromisos
matrimoniales no se realizan por elección propia, sino que los padres son
quienes elijen y deciden (incluso desde el momento mismo del nacimiento o con
años de antelación), con quién debe casarse su vástago. Ésta costumbre se basa
en el concepto de que son los padres quienes saben qué es lo mejor para sus
hijos.
No dudo de la buena intención de un padre para con su hijo,
pero francamente me produjo un profundo rechazo la forma en la que ésta tradición
o costumbre se lleva adelante. Desde ya, mi concepción “occidental” del mundo
no me permite adentrarme en ciertas percepciones que hacen a estas tradiciones,
pero cómo considerar que coartando la posibilidad o el derecho a una elección
propia (valorando un concepto fundamental, como puede ser el amor entre dos
personas), puede definirse como una buena elección. En el momento pensé: quizás
ese hombre tenga la suerte de enamorarse en algún momento de su mujer y, si es
afortunado, quizás hasta sea correspondido. Pero qué si no sucede? De no ser así,
qué clase de vida le espera? Cómo llevar adelante una familia, si no hay
sentimientos verdaderos? Cómo disfrutar de momentos de intimidad con una
persona por la que, tal vez, no hay siquiera atracción física, pero con la que
debo formar una familia, tener hijos, y pasar el resto de mi vida?
Cómo es posible sentirse pleno, satisfecho, realizado,
feliz, si uno siquiera puede sentir que se es fiel a uno mismo? Me da la
impresión de que no hay forma de no tener luego, fantasmas que a uno lo
atormenten, haciéndonos pensar que una vida existe, y que nos ha sido vetada
por mero capricho o egoísmo, pero que para ser moral y socialmente aceptado,
llevan el rótulo de “tradición”? Tal vez la palabra en cuestión sea resignación.
Y es resignación lo que mejor define el rostro de aquél
hombre de tez morena, rasgos fuertes pero agraciados, alto y de buen porte, en
el cual una expresión seria y unos ojos carentes de sentimientos alegres
dejaban traslucir un poco de amargura y desesperanza. Irónicamente, el momento
de festividad llegó, representado por una larga mesa de comidas y algo de música
hindú.
Al ir saliendo del salón una mirada fuerte, curiosa, me hizo
detener y girarme para ver qué sucedía. Sentado sobre un mueble, conversando,
el “novio” (ya marido) me observaba. La situación me era confusa, pero sentí la
necesidad de saludarlo aunque, al acercarme (y después de lo vivido), no sabía
qué decirle. Le tendí la mano. Gesto que
él devolvió con cortesía, pero ahora me encontraba en apuros, ya que no lograba
articular palabra. Debía darle mi pésame? Decirle que lo sentía mucho? Invitarlo
a escapar corriendo desenfrenadamente? O quizás felicitarlo porque había sido
un rotundo éxito comercial? Fue una fracción de segundo en la que vacilé,
mientras nuestras manos estrechadas permanecían en suspenso a la espera de algún
sonido que las acompañara. Y como aquel aplauso frío y entrecortado que oí
durante la boda, por lo bajo dejé escapar una palabra: congratulations.
El no emitió sonido, pero tampoco hizo falta, para captar la
respuesta. Una leve tensión en su mano, ese típico movimiento lateral de cabeza
que tienen los hindúes y una mirada melancólica lo dijeron todo. Estaba atrapado,
y esa red que lo envolvía ya no le iba a permitir elegir qué camino tomar.
Pero esta es la vida en India, llena de
contrastes. Esta es la vida en un país en donde (según las sensaciones vividas
después de casi tres meses de estadía), la tradición y la espiritualidad, muchas
veces, van a contramano de la realización personal y el respeto de muchas de
las más básicas necesidades individuales de las personas..
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