Se trataba de mi último día en
Udaipur, y me llenaba de una expectativa especial, ya que el dueño del hostel,
y a través de la Oficina de Turismo de la Ciudad, nos había invitado a los
franceses y a mí a participar de un día de excursión: traslados, actividades y
almuerzo incluidos, totalmente gratuitos. Y para ser sincero creo que la
ansiedad se daba al pensar que se trataba de la primera vez (y que recuerde, la
única) en que, en India, íbamos a recibir algo que no implicaba algún tipo de
engaño y puesta de dinero posterior, como por lo general ocurre. Pero tampoco
estábamos seguros, por lo que íbamos preparados para lo que pudiera suceder. Y
aún a pesar de nuestro escepticismo, el día nos sorprendió gratamente.
Se suponía seríamos un grupo
reducido de turistas los que participaríamos del tour, aunque finalmente el
contingente se compuso de poco más de 15
personas, entre quienes habían franceses, israelíes, belgas, japoneses,
italianos, alemanes y, por supuesto, éste modesto representante de tierras
argentas que, como no podía ser de otra manera, se fue con su casaca celeste y
blanca.
Divididos en 2 vehículos, un
tanto apretados, y luego de una larga y tradicional espera por temas
organizativos, emprendimos el viaje de 3hs hacia Banswara. Éste un distrito principesco ubicado al sur
del Estado de Rajasthán, y la ciudad es conocida con el sobrenombre de “la
Ciudad de las 100 Islas”, debido a la presencia de numerosos islotes sobre las
aguas del río Mahi, que fluye a través de la zona urbana. Con intenciones de
promocionar sus atractivos y convertirse en una incipiente ciudad turística,
organizaron la muestra de actividades de la que estábamos por formar parte. Y
aunque nos habían comentado que íbamos con el fin de presenciar algunos
espectáculos tradicionales, nunca nos imaginamos que, en realidad, el Show lo
haríamos nosotros.
Arribamos a un predio que sería
como un campo de deportes, en el cual se habían levantado algunas carpas y
donde algo más de un centenar de personas participaban de diferentes
actividades, mientras muchas otras (las más), observaban un juego sobre una
cancha de polvo; juego al que nos sumamos algunos de nosotros y, en el cual,
obviamente, no dimos mucha batalla.
Parecido a nuestro “quemado”, se
jugaba uno contra uno, y se trataba de conseguir algo así como un balón de
trapo, y correr sin ser tocado por el adversario. Ordenados en hilera, nos
llamaban de forma aleatoria, incrementado nuestra ansiedad por no saber cuándo
actuar. Ahí comencé a sentir una furiosa y continua sucesión de pinchazos que
me advertían del torrente de adrenalina que se desparramaba por mi cuerpo: salí
corriendo de forma desesperada hacia el círculo central, en donde se ubicaba el
objeto en cuestión y ya también mi oponente. El punto es poder robar la bola y
lograr llevarlo a lugar seguro, sin ser tocado por la otra persona. Fueron
segundos en los que sentí cómo se liberaba la energía en mi cuerpo; en el que
todos los sentidos se pusieron alertas; intentas armar una estrategia de escape
(la pensas, la analizas), pero el tiempo es tan importante y la ansiedad tan
intensa, que no había manera de evaluarlo todo en un par de segundos y es ahí,
cuando “das la orden” a tu cuerpo para actuar, cuando se viene el fracaso!!
Primero, porque no tuviste en
cuenta que tanta adrenalina corriendo en el cuerpo no te permite desencadenar
el movimiento en el momento correcto, algo así como retrasando su efecto, sin
salir despedido como se había pensado; y segundo, fue no haber tenido en cuenta
la velocidad del contrincante. Un papelón el de nuestro equipo de “foreigners”,
que marcamos sólo 2 de los 18 puntos en juego (no siendo el mío justamente uno
a favor).
Ya más relajados, nos fuimos
mezclando entre la multitud que curiosa nos rodeaba: muchos con sonrisas
alegres, otros con gestos vetustos, y algunos pocos que nos acompañaban sólo
porque la masa de almas en movimiento que nos rodeaba, los fue llevando. Había
un evento, un festival, pero el acto principal comenzó cuando llegamos, y
finalizó en ese instante en que la pelota roja y blanca golpeó el piso
polvoriento, esparciendo sus partículas al viento.
En torno nuestro se movían las
personas, como en una ilusión, en cámara lenta; tratando de percibirnos en cada
detalle, en todo momento, y prestando atención a cada uno de nuestros gestos,
ademanes, posiciones… mientras tanto, la competencia de pinturas con Henna pasó
a un segundo plano (de todas maneras, algunas de las chicas participaron,
dejando les pintaran brazos y manos con hermosos diseños florales), y un grupo de chicos realizaban dibujos en el
suelo con pinturas en polvo, las cuales me recordaron mis “obras de arte” de la
infancia, hechas con sal y tizas de colores.
Al mediodía fuimos muy bien
agasajados en el mejor restaurante de la ciudad (si acaso el único importante),
donde una comida copiosa y muy sabrosa, buenos ánimos y una cuenta que no
tuvimos que abonar, iban encaminando a éste día hacia el altar de las rarezas
en esta India donde, por todo aquello que hagas (o, incluso, no hagas), siempre
te terminan sacando unas rupias.
Ya no tan sorprendente, aunque sí
interesante, nuestro día en Banswara siguió con varias actividades que fueron
agotando nuestras energías: recorrido por los alrededores de la ciudad, con
magníficas vistas panorámicas de zonas cultivadas; carrera de botes a remo por
el lago; visita al City Palace (donde fuimos recibidos y guiados por el hijo
del Maharajá) y la asistencia a un show musical de ritmos tradicionales del
desierto.
Fue una jornada de contrastes. Por
un lado la amargura de saber que todo había sido un show armado para poder “usarnos”
como modelos de promoción para este lugar al que se quiere desarrollar como
centro turístico. Pero por el otro, la alegría de saber que no toda la gente en
India es como la que había ido conociendo hasta el momento. Aquí todos se
acercaban porque éramos una novedad; algunos más atrevidos que otros, pero lo
que querían era tan sólo tener un contacto con nosotros. Los más, nos pedían
les sacáramos fotos; otros, se
contentaban con tocarnos, de manera disimulada; y algunos, tan sólo para
alardear sobre los demás, nos conversaban en inglés. Pero todos, en definitiva,
tenían como único objetivo el conocernos, de manera desinteresada, sin dobles intenciones:
sin finalizar cada conversación con la famosa frase: Ten Rupissss ¡!!!!
Agotado y medio descompuesto,
aunque contento por lo vivido, me voy a descansar con una sensación que hasta
el momento no había experimentado: fue gratis!! Y en India ¡!!!