Confiado ya en mí experiencia
ferroviaria en tierras indias, y con la tranquilidad que poseer un boleto de
viajes confiere, me dispuse a descansar mientras me dejaba llevar hacia el
desierto del Tar. Más precisamente, hacia su ciudad más grande: Jaipur. Pero
horas de sueño atrasado y un vagón con escasas luces, me jugaron una mala
pasada que terminó convirtiéndose en una formidable nueva vivencia.
El hecho es que me quede dormido
y nunca me entere que el tren se había detenido en Jaipur. Sobresaltado al comienzo,
pero feliz ante la sensación de libertad que te brinda no tener ataduras y poder
cambiar de rumbo sin condicionamientos, decidí seguir viaje hasta Ajmer, un
sitio no muy agradable, pero la puerta de entrada a Pushkar, la "Ciudad
Santa", en la cual se venera a Brahma, el Dios más importante del panteón
hinduista (aunque, increíblemente, único lugar del mundo donde hay un Templo
dedicado a esta divinidad).
Un pueblo pequeño, rodeado de
cerros bajos, y con un hermoso lago en su centro, en torno al cual se han
construido ghats y edificios de un blanco radiante. Una calle peatonal, muy
animada; gran cantidad de restaurantes,
tiendas, talleres de pintura en tela... todo
conformando una imagen muy pintoresca y atractiva, aunque el transcurso
de los días me dejaría impregnado un sentimiento un tanto adverso hacia este
lugar....
Pocas, sino ninguna aún, habían
sido las mañanas que, como la primera en Pushkar, me habían permitido disfrutar
de un momento de pura armonía y tranquilidad. Un despuntar de un nuevo día espléndido,
soleado, pero con una bruma espesa que
oculta la parte baja de los cerros circundantes. Un despuntar de un nuevo día durante
el cual pude regocijarme escribiendo algunas líneas en mi cuaderno de viaje, o
contemplando cómo la vida se abre paso sin premura en los hogares en donde
habitan quienes le dan forma y alma a este pequeño poblado.
A media mañana el lugar ha
alcanzado su ritmo cotidiano, pero desde donde yo lo observo, la perspectiva
sobre la vida es un tanto diferente. Como en todos los otros lugares de la
India recorridos hasta el momento, la vida de las personas se desarrolla aquí
básicamente en dos lugares: fundamentalmente la calle, y las azoteas. No es
mucho por lo visto lo que hacen puertas adentro, y desde donde yo miro atento, tengo la
impresión de encontrarme ubicado sobre una platea de tipo preferencial en este
increíble show llamado India.
Caminando por sus calles, tengo
la certeza de que el nivel de vida de los habitantes de Pushkar es un tanto
diferente al resto: aún encuentro gente pobre deambulando y pidiendo limosna,
pero un halo de prosperidad e indolencia se percibe en el ambiente. Y lo mismo
es lo que distingo desde el techo del hostel: innumerables edificios de varias
plantas, con terrazas bien acondicionadas, sobre las cuales hay mujeres secando
la ropa, cociendo, moliendo granos; niños realizando las tareas del colegio;
hombres sentados al suelo con sus piernas entrecruzadas, desayunando u orando;
ó (más llamativo aún), docenas de monos paseándose libremente por los tejados.
La vida transcurre en las alturas totalmente ajena a la mirada indiscreta de
quienes, como yo, tratamos de llevarnos un retrato de cada imagen colorida y
llena de significados que se pone ante nosotros.
Recorro Pushkar, pateando cada
una de sus calles y veredas, e investigando cada resquicio, tratando de hallar
algo de todo ese fervor espiritual que la convicción me dice, debería brotar a
borbotones en esta ciudad santa. Pero no sólo lo encuentro tergiversado, sino
lo que es peor aún, lo encuentro expuesto al turista casi como un espectáculo
pre-armado por el cual se debe abonar un precio en metálico.
De haber sido un lugar
espiritual y sagrado en algún momento, tengo la impresión de observar cómo hoy
en día se ha convertido en una ciudad hippie (donde se juega a ver quién es el más
“freak” o llamativo), y en algo así como un ghetto o "pequeño
Israel", lleno de gente de este país que ha copado literalmente el lugar,
modificando radicalmente su atmosfera.
Por otro lado, lo religioso se
manifiesta todo el tiempo en "trampas" al turista, a quien se le engaña
enseñándole ciertos rituales o "pujas", que luego le costaran cientos
de rupias de su bolsillo. O bien, cerrándote la puerta del templo en la cara,
con la condición de poder visitarlo solo si has colocado, previamente, una donación
"obligatoria" en la caja para ello destinado.
Sumamente conmovido por este
circo de santidad en el que se encuentra envuelta la ciudad, y por una
sensación de aburrimiento que me invadía
permanentemente (no hay mucho para hacer más que gastar dinero en compras), decidí
marcharme de Pushkar, llevándome conmigo una amargura inmensa por esta mala
primera impresión del Rajasthan, y al ver que, quizás, el concepto de
espiritualidad que había esperado encontrar en India, dista muchísimo de la
realidad que este país palpita....
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