Este lugar ubicado al norte del país, es conocido como la “Capital
Cultural de Tailandia”, y se ha hecho famoso en muchos lugares del mundo por
ser el sitio donde se llevan adelante los más importantes festejos relacionados
con esa fecha especial para los tailandeses, cuyas celebraciones se dan a
mediados del mes de abril.
Parados sobre la vereda, sobre camionetas, o incluso en tuc
tuc, todo el mundo participa. Pistolas de agua, baldes, mangueras, barras de
hielo para hacer sufrir un poco más con agua fría; todo es un delirio en las calles, desde las
primeras horas de la mañana, hasta que cae el sol. Nadie se priva de festejar,
como así tampoco, nadie se salva de ser empapado.
Ferias de comida, de ropa, artesanías; música
electrónica a decibeles impensados; lady-boys con pareos de colores y sombreros
decorados con frutas; sesiones especiales en los templos; actividades musicales
al aire libre. Chiang Mai cobra vida durante la celebración, para volver a convertirse
en una ciudad apacible apenas terminado el festival.
El “songkra” revoluciona a las personas, las enardece, pero
al mismo tiempo las incluye; las iguala. No hay diferencias. Se ríe y disfruta
tanto quien pasa a bordo de un vehículo lujoso, como aquel que con una simple
pistola de agua persigue a un turista curioso. No importa la condición social o
el aspecto; tampoco la procedencia. Todo es una fiesta que hay que compartir, y
la alegría se dispersa … pero son tan sólo unos días,
luego de los cuales los turistas que habían arribado atraídos por este
espectáculo local, vuelven a colgarse las mochilas al hombro, buscando nuevos
caminos que recorrer.
Como siempre, recorro a pie cada
rincón del centro histórico, tratando de incorporar sonidos, imágenes y aromas.
Aprovecho también para visitar algunos
maravillosos templos budistas, como el Wat Chiang Man ó el Wat Bupparam, en
cuyos patios exteriores me deleito con un sinfín de esculturas trabajadas en
una especie de terracota, de color crudo, muchas de ellas representando los diferentes
aspectos del Buda; pero así también puedo observar escalinatas flanqueadas por
enormes serpientes doradas, de aspecto intimidante; o un pequeño templo “sostenido”
por una base conformada por poco más de una docena de elefantes de cemento, que
dejan entrever en su piel el paso del tiempo. Todo en el exterior es color y
movimiento de formas, que se contraponen una vez dentro del recinto, donde el
letargo y la quietud sobrecogen el espíritu del viajero.
Yo elijo quedarme un poco más,
con la convicción de conocer ese Chiang Mai que quizás la mayoría no va a
alcanzar a ver. Ese Chiang Mai ajeno al ruido; sin calles convertidas en ferias
multicolores; donde la música estridente se retira dejando sólo el trinar de
las aves sobre la copa de los árboles. La ciudad vuelve a su ritmo habitual,
pero el éxtasis de todo lo vivido se percibe en el rostro de su gente, que
refleja aún la adrenalina de varias jornadas a pura diversión.
Una tarde, cansado de dar
vueltas sin sentido, me dejo llevar por la curiosidad y la tentación, enfilando
mi andar hacia una hermosa casa de la zona residencial, donde un cartel anuncia
la posibilidad de participar de un corto pero interesante curso de cocina
tailandesa. Y no lo dudo, ya que el hecho de cocinar siempre ha sido una afición,
y mucho más, habiéndome encontrado muy a gusto con la comida de este país, la
cual presenta unos platos exquisitos no sólo en sabor, aroma y textura,
sino también en colorido.
Pad Thai, Fried Chicken with
cashnouts, Fresh Spring Roll y Masaman Curry son algunas de las variedades de
platos que vamos no sólo a cocinar durante esa tarde, sino además a saborear,
ya que la consigna era poder aprender a cocinar aquellas comidas que nos
llamaran la atención pero, además, a consumir lo que nosotros mismos habíamos
preparado. Fue una experiencia divertida, compartida con otras tres turistas y
una joven profesora tailandesa, en un clima distendido y casual, donde a medida
que nos adentrábamos en el arte de la cocina conversábamos animadamente, presentándonos
y contando nuestras experiencias de viaje.
Así transcurrieron varios días
en esta población, hasta que las ganas de salir nuevamente al camino y la
tentación de conocer un lugar de esos que solemos ver en los documentales me
incitaron a contratar los servicios turísticos de una empresa local, con la
cual realizar una caminata de un par de días por las montañas y aldeas
cercanas. La expectativa era mucha, pero la decepción lo fue aún más …
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