Happy Songkra!!!!!

Largas hileras de vehículos avanzan lentamente por las avenidas que circundan el casco histórico de la Ciudad y, desde la parte trasera,  personas armadas disparan incesantemente hacia una multitud que corre en todas direcciones, grita e intenta devolver con furia parte de esa violencia recibida. Imágenes de un caos total, ante los ojos atónitos de los turistas que se animan a acercarse a la zona donde se desarrollan los hechos. Chiang Mai es el nombre de la Ciudad, y aquello que sucede no es otra cosa que el festejo del Año Nuevo Tailandés o “songkra”. 
Este lugar ubicado al norte del país, es conocido como la “Capital Cultural de Tailandia”, y se ha hecho famoso en muchos lugares del mundo por ser el sitio donde se llevan adelante los más importantes festejos relacionados con esa fecha especial para los tailandeses, cuyas celebraciones se dan a mediados del mes de abril.  
Su casco antiguo está conformado por una veintena de manzanas, cuadriculares, rodeadas por bulevares que recuerdan el sitio por donde discurrían antiguas murallas, y en cuyo centro se han creado canales que van a ser utilizados como el proveedor de agua oficial para este evento, el cual consta, básicamente, de mojar a quien esté al alcance de la mano. Todos: grandes y chicos, locales y turistas, se apostan durante tres días en torno a estos estanques de los cuales van a extraer el agua con el cual se van a dedicar a festejar la llegada de un Año Nuevo. Al mejor estilo de nuestros antiguos carnavales, la lluvia de agua va a ser para el que juega, y para el que no, también.  

Parados sobre la vereda, sobre camionetas, o incluso en tuc tuc, todo el mundo participa. Pistolas de agua, baldes, mangueras, barras de hielo para hacer sufrir un poco más con agua fría;  todo es un delirio en las calles, desde las primeras horas de la mañana, hasta que cae el sol. Nadie se priva de festejar, como así tampoco, nadie se salva de ser empapado. 

Ferias de comida, de ropa, artesanías; música electrónica a decibeles impensados; lady-boys con pareos de colores y sombreros decorados con frutas; sesiones especiales en los templos; actividades musicales al aire libre. Chiang Mai cobra vida durante la celebración, para volver a convertirse en una ciudad apacible apenas terminado el festival.

El “songkra” revoluciona a las personas, las enardece, pero al mismo tiempo las incluye; las iguala. No hay diferencias. Se ríe y disfruta tanto quien pasa a bordo de un vehículo lujoso, como aquel que con una simple pistola de agua persigue a un turista curioso. No importa la condición social o el aspecto; tampoco la procedencia. Todo es una fiesta que hay que compartir, y la alegría se dispersa … pero son tan sólo unos días, luego de los cuales los turistas que habían arribado atraídos por este espectáculo local, vuelven a colgarse las mochilas al hombro, buscando nuevos caminos que recorrer.

Yo elijo quedarme un poco más, con la convicción de conocer ese Chiang Mai que quizás la mayoría no va a alcanzar a ver. Ese Chiang Mai ajeno al ruido; sin calles convertidas en ferias multicolores; donde la música estridente se retira dejando sólo el trinar de las aves sobre la copa de los árboles. La ciudad vuelve a su ritmo habitual, pero el éxtasis de todo lo vivido se percibe en el rostro de su gente, que refleja aún la adrenalina de varias jornadas a pura diversión.

Como siempre, recorro a pie cada rincón del centro histórico, tratando de incorporar sonidos, imágenes y aromas. Aprovecho también para  visitar algunos maravillosos templos budistas, como el Wat Chiang Man ó el Wat Bupparam, en cuyos patios exteriores me deleito con un sinfín de esculturas trabajadas en una especie de terracota, de color crudo, muchas de ellas representando los diferentes aspectos del Buda; pero así también puedo observar escalinatas flanqueadas por enormes serpientes doradas, de aspecto intimidante; o un pequeño templo “sostenido” por una base conformada por poco más de una docena de elefantes de cemento, que dejan entrever en su piel el paso del tiempo. Todo en el exterior es color y movimiento de formas, que se contraponen una vez dentro del recinto, donde el letargo y la quietud sobrecogen el espíritu del viajero. 


Una tarde, cansado de dar vueltas sin sentido, me dejo llevar por la curiosidad y la tentación, enfilando mi andar hacia una hermosa casa de la zona residencial, donde un cartel anuncia la posibilidad de participar de un corto pero interesante curso de cocina tailandesa. Y no lo dudo, ya que el hecho de cocinar siempre ha sido una afición, y mucho más, habiéndome encontrado muy a gusto con la comida de este país, la cual presenta unos platos exquisitos no sólo en sabor, aroma y textura, sino  también en colorido.

Pad Thai, Fried Chicken with cashnouts, Fresh Spring Roll y Masaman Curry son algunas de las variedades de platos que vamos no sólo a cocinar durante esa tarde, sino además a saborear, ya que la consigna era poder aprender a cocinar aquellas comidas que nos llamaran la atención pero, además, a consumir lo que nosotros mismos habíamos preparado. Fue una experiencia divertida, compartida con otras tres turistas y una joven profesora tailandesa, en un clima distendido y casual, donde a medida que nos adentrábamos en el arte de la cocina conversábamos animadamente, presentándonos y contando nuestras experiencias de viaje.  


Así transcurrieron varios días en esta población, hasta que las ganas de salir nuevamente al camino y la tentación de conocer un lugar de esos que solemos ver en los documentales me incitaron a contratar los servicios turísticos de una empresa local, con la cual realizar una caminata de un par de días por las montañas y aldeas cercanas. La expectativa era mucha, pero la decepción lo fue aún más … 






















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