Nepal. Tierra de mágicos contrastes...

Los siguientes 6 días nos encontrarían perdidos en medio de la montaña, recorriendo el más majestuoso de los paisajes que hasta el momento haya tenido la oportunidad de conocer. Senderos que atraviesan pequeños pueblos en los cuales todavía se mantienen muchos aspectos de la forma de vida tradicional de "sherpas" y "ghorkas" (entre otras etnias); caravanas de burros con carga sobre el lomo; picos nevados; bosques de rododendros; aguas termales; amaneceres y atardeceres de fábula, y muy gratos momentos...


Dos horas en bus y otras 6 a pie nos iban a depositar en Ghandruk, luego de poner a prueba nuestra capacidad física para ascender hasta los 1900mts por un sendero en constante ascenso y cargados de equipaje. El día fue duro, pero la vista al llegar al pueblo compenso todo lo hecho: 2 de los 5 picos de los Annapurnas se presentaron ante nosotros, majestuosos, cubiertos de nieve, entremezclándose con algunas nubes y un hermoso color anaranjado que marcaba ya el final del día, sobre el horizonte.
El segundo día de caminata amaneció impecable, y presagiaba una grata jornada. Especial sobre todo, ya que nunca antes se me habría ocurrido festejar mi cumple en Nepal; y mucho menos en los Himalayas. Y así fue que recibí los tan ansiados 30 pirulos, en comunión con el entorno, y disfrutando a pleno de cada regalo que la naturaleza se encargo de darme. Especialmente duro, este día de ascenso continuo no solo nos iba a deparar gratos parajes, sino también la posibilidad de perdernos en el bosque. Luego de casi dos horas de no cruzarnos a nadie, sin comida ni agua, y algo preocupados porque en la montana oscurece temprano, decidimos organizarnos para ver cómo seguir; fue en ese preciso momento cuando un viejo poblador se nos acerca y nos indica que, a 50 metros nomas de donde estábamos (se veían algunos banderines entre los arboles), se encontraba Tadapani, el poblado que andábamos buscando. La cuestión? Erramos el camino en algún punto y, aunque bien orientados de todas formas, tomamos el camino largo y más difícil, con una pronunciada trepada final que nos iba a robar las últimas fuerzas.
 Aunque sencillo, el hotel tenía una vista espectacular de las montañas, y desde su torre mirador con grandes ventanales vidriados (y acompañado por un bien caliente te nepalés, mi cámara de fotos y mi libro de viaje) pude disfrutar de un  atardecer sobrecogedor. Ya luego de la cena, algo así como una "mousse de chocolate" bien caliente hizo las veces de torta en la montana, acompañada por una única vela que venía en representación de las otras 29, y junto con María y Natalia, festejé un (hasta no hace mucho tiempo atrás), totalmente impensado cumpleaños, en el corazón mismo de los Himalayas.
El tercer día nos regaló un amanecer indescriptible, mientras desayunábamos en la terraza. Para ese día teníamos la tarea de ascender hasta los 2800mts de altura, y por eso decidimos arrancar bien temprano. El camino fue en constante ascenso y descenso, atravesando quebradas y bosques de redodendros, enmarcados por los picos que siempre, desde donde miráramos, tenían a bien acompañarnos.  Fue un día casi perfecto, con paisajes inmaculados, buena energía, mates sentados a la vera de un arroyo, y los impresionantes Annapurnas que se erguían cada vez más imponentes a medida que nos acercábamos. Hubiera sido ideal el día, si no nos hubiésemos encontrado en medio de la montaña con un poblado como Ghorepani, que no solo desentonaba con el entorno por su aburrido y muy repetido color azul en sus construcciones, sino también por la gran cantidad de carteles ofreciendo servicios de teléfono, fax e internet.
Ya en este punto, la magia de la montana corría el riesgo de perderse....