Siguiendo la huella ...

La noche ha pasado y el amanecer va ganando lugar lentamente, filtrando tímidos haces de luz por entre las varillas de caña que forman las paredes del recinto. Débiles aún, atraviesan juguetonamente los tules de colores que cuelgan del techo, ofreciéndonos un despertar multicolor, como si un arcoíris se estuviese colando en nuestra habitación. 
Los cuerpos se estiran, despacio, y nos lleva unos minutos poner en marcha ese proceso lento y complicado llamado “despertar”. 

Es el segundo día de nuestro paseo por las montañas, y el que más nos genera expectativas, ya que hoy es cuando visitaremos el Mae Taeng Elephant Park y nos divertiremos realizando un descenso en gomón por los rápidos del río. O al menos eso es lo que nos habían prometido. 
Luego de poco más de una hora de caminata y de atravesar un peñón rocoso que nos permitió acceder al valle de Maetaman, nos encontramos a las puertas de éste predio privado, ubicado a orillas del río Maetaeng. 

Padaung: mujeres de cuello de jirafa.


El grupo de aventureros estaba conformado por un puñado de americanos, dos japoneses, una italiana, un dudoso guía tailandés (al que prácticamente no le conocimos la voz), y yo. Reunido el equipo, partimos de Chiang Mai a bordo de una camioneta que nos depositó a los pies mismos de la montaña, sobre un camino de tierra que se adentraba entre la vegetación, dando comienzo a nuestra singular travesía por las siguientes 48 horas. 

La primer etapa fue atractiva, aunque básica en cuanto a exigencias, ya que seguimos la huella de un viejo camino rural que, de apoco, fue desapareciendo y transformándose en un angosto sendero arbolado y alfombrado con miles de hojas secas, sin mayores dificultades, el cual debimos seguir siempre al ritmo del guía, quien prácticamente nada nos explicó durante el recorrido. 

Happy Songkra!!!!!

Largas hileras de vehículos avanzan lentamente por las avenidas que circundan el casco histórico de la Ciudad y, desde la parte trasera,  personas armadas disparan incesantemente hacia una multitud que corre en todas direcciones, grita e intenta devolver con furia parte de esa violencia recibida. Imágenes de un caos total, ante los ojos atónitos de los turistas que se animan a acercarse a la zona donde se desarrollan los hechos. Chiang Mai es el nombre de la Ciudad, y aquello que sucede no es otra cosa que el festejo del Año Nuevo Tailandés o “songkra”. 
Este lugar ubicado al norte del país, es conocido como la “Capital Cultural de Tailandia”, y se ha hecho famoso en muchos lugares del mundo por ser el sitio donde se llevan adelante los más importantes festejos relacionados con esa fecha especial para los tailandeses, cuyas celebraciones se dan a mediados del mes de abril.  

Pateando Bangkok

Por ahí escuché decir que en el infierno hace calor; si es así, Bangkok ha de ser lo más parecido al infierno que yo haya conocido! Caminar por sus calles significó ser golpeado permanentemente por un aire caliente que todo lo envuelve, y del cual es imposible poder escapar, aún refugiándose debajo de la sombra de los muchos árboles o edificios que forman la ciudad. Esa masa gigantesca de hormigón armado y motores en movimiento se convierte durante el día en una gran caldera, quedando uno sumergido en una estela de calor que sofoca, agobia los sentidos y no permite moverse sin tener la sensación de que se va a ser víctima de deshidratación de un momento a otro.  

Así, con tan interesantes perspectivas, decidí colgarme la mochila al hombro y salir a caminar por sus calles; mapa en mano y con ganas de conocer, decidí hacerle frente al calor, ganando por cierto la batalla, pero quedándome muy en claro que es un enemigo al que se debe respetar y tratar con mucha cautela. 

Aprendiendo sobre budismo...

Había llegado hasta aquí sin haber trazado un plan de viaje concreto, aunque vagas ideas acerca de la ruta  a seguir se cruzaban permanentemente por mi cabeza. Lo único seguro era que Bangkok sería un lugar de paso obligado en mi descenso hacia Kuala Lumpur al finalizar mi aventura, por lo que no me preocupaba demasiado dejar pendientes ciertas visitas en ésta, mi primer estadía. No obstante, tenía algo de tiempo y deseos de recorrerla, así que me propuse caminar lo más posible. 

La opción más interesante era sin duda la de ingresar al Palacio Real, que se levantaba majestuoso detrás de altas paredes de color blanco. Pero sabía con seguridad que eso demandaría al menos dos horas de recorrido que agotarían mis fuerzas bajo un sol que caía a plomo y no daba tregua, por lo que opté por hacer algo más relajado. Cámara de fotos en mano, me dediqué a recorrer el templo budista conocido como City Pillar Shrine: construido con un característico estilo chino – tailandés, el edificio alberga en su interior un pilar que recuerda el traslado de la ciudad capital a su ubicación actual, allá por el año 1782, de la mano del Rey Rama I, convirtiendo además a esta estructura en el primer edificio erigido en la nueva ciudad. 

Ya en la ruta nuevamente, Bangkok me esperaba ...

Una luz tenue ingresando por la ventana y el sonido de personas en movimiento me devolvieron a la realidad, despertándome en el momento preciso en que el bus dejaba atrás lo que podría haber sido una autopista, para ingresar en la terminal de ómnibus de Bangkok. Tuve que volver a comenzar. Otra vez debía mezclarme con la multitud y comprender como funcionaba todo.  
No quería que me sucediera lo que otras veces, así que opté por sentarme a desayunar tranquilo, despabilarme y averiguar cómo manejarme en una ciudad que se me ocurría sería inmensa. Y lo hice bien; al cabo de un rato nomás me hallaba a bordo de un colectivo urbano rumbo a Bamglamphu, el área “backpacker” de la ciudad, pegada al Chao Phraya River y muy cerca de algunos de los más importantes elementos turísticos de la capital.  

Enmarcada en un área residencial sumamente apacible, Khao San Road es un mundo diferente dentro de Bangkok. Todavía no había visto nada, pero esta idea me quedó clara apenas puse los pies sobre esta calle, que a esas horas tempranas de la mañana aún no había cobrado vida. Una sucesión interminable de bares, restaurantes, alojamientos, tiendas y comercios se entremezclan con cientos de carteles luminosos que publicitan cuanto nuestra imaginación pueda concebir. No sabía aún cómo funcionaba todo, pero podía imaginarlo: una calle peatonal, convertida en un desfile incesante de personas, donde lo auténticamente tailandés se vería modificado por la irrupción de formas y modismos traídos por los miles de turistas que caminaban permanentemente por allí. Y no sólo no me equivoqué, sino que me quedé realmente corto en mi concepción de las cosas … 

Sólo en Phuket

Estaba nuevamente solo, y me sentí desprotegido. Una sensación de vulnerabilidad me invadió por completo, a tal punto que permanecí largo rato en el puerto sin saber qué hacer. Triste, solo, malhumorado y bajo la lluvia. No, definitivamente no era un buen día para mí.

Debía moverme, aunque recién llegado a la ciudad no sabía bien hacia donde. La situación rememoraba aquellos últimos días en India, cuando en el Rajasthán ya nada toleraba, y no quería que nadie se me acerque. Mapa en mano, comencé a caminar con mi mochila a cuestas intentando encontrar algún lugar donde alojarme y, de paso, sacudirme la rabia con el esfuerzo. Y si bien mucho no sirvió como terapia, al menos fue útil para encontrar donde pasar la noche: un lugar sencillo y barato aunque caluroso por demás, y con un olor a fritura que se había impregnado hacía tiempo en las paredes, seguramente debido a la presencia de un pequeño restaurante justo debajo de mi ventana. No era precisamente la mejor alternativa de la ciudad, pero me servía para recluirme, y con eso me bastaba.

Alguien especial en el camino ...

Durante la estadía en la isla, la amistad creada con los chicos se había ido afianzando, al punto de llegar a entablar largas conversaciones en las cuales la historia personal de cada uno salía a la luz sin retaceos ni rodeos que dieran a pensar que la situación era forzada y, particularmente con Eliane, nos fuimos conociendo al punto de llegar a disfrutar incluso una cena los dos solos, charlando, y contándonos proyectos e ilusiones. Pero a pesar de querer seguir camino junto a ellos, algo en mi interior me indicaba que debía quedarme y disfrutar de eso tan especial que había descubierto, y que me sería vedado si decidiera seguir viaje junto a ella y Henrique. Y no sin pena, y luego de mucho pensarlo, la determinación fue la de hacerle caso a mis sensaciones. 
Casi como si hubiésemos podido predecir el futuro, nos despedimos de los chicos con la certeza de que nuestros pasos volverían a cruzarse, ya sea de común acuerdo, o por azar. Y esa seguridad nos dio la tranquilidad necesaria como para poder fundirnos en un abrazo fraternal y emocionado, pero sin esa carga melancólica y negativa que suelen generar las despedidas.  Y así, mientras el barco se alejaba de Ko Phi Phi llevándose a quienes habían sido los mentores de algunos de los más gratos momentos de mi viaje, yo me quedaba en el muelle, sonriendo alegremente no sólo por haber seguido hasta allí a mis emociones, sino por la tranquilidad que me brindaba saber que el camino volvería a cruzar nuestras pisadas. 

Una noche de esas que no se olvidan ..


“Carlitos Bar” es el lugar de moda durante las noches de Ko Phi Phi, así que la decisión fue la de juntarnos allí después de la cena. Un grupo de francesas aguardaban allí por nosotros (Eliane, Henrique y yo), y posteriormente el grupo se ampliaría con la presencia de algunos brasileros y un par de israelíes, y muchos otros más que se nos sumaron en un momento de la noche en la cual ya no podíamos dar cuenta de quiénes éramos o con quien estábamos. Al comienzo, el alcohol fue el elemento de cohesión (como lo puede ser un buen mate en una ronda de media tarde), pero enseguida se transformó en el motor que nos movilizaría durante toda aquella vibrante e interminable velada.  

Era temprano, y si bien el show de malabares con antorchas y la música invitaban a quedarse, el ambiente se nos presentaba demasiado tranquilo, por lo que nos movimos al Tiger Bar, en busca de un poco más de acción. Y sin poder evitarlo, en el camino nomás caímos bajo la tentación de los tan mentados “bucket´s”: baldes plásticos de diversas medidas, en los cuales se vierten todo tipo de bebidas alcohólicas (sin importar criterio organizativo alguno para dicha mezcla) que, sumados al estado de euforia y libertad sin condicionamientos que vibra en el aire, toman los sentidos por asalto, desinhibiendo al más cohibido, y empujando hacia el abismo cualquier rezago de cordura que uno pudiese haber guardado hasta el momento. Así comenzó nuestra noche.