Los "Sijs", y su fabuloso Golden Temple.

Muchos eran los caminos a seguir, y a partir de ahora de manera solitaria. Debía escoger, y el norte fue la elección. El Templo Dorado llamaba poderosamente mi atención, y así fue que después de mucho andar, arribé a Amritsar, una ciudad ubicada a tan sólo 26kms del límite con Pakistán, y el lugar de peregrinación más importante de la comunidad Sijs, otra de las muchas religiones del subcontinente indio.


Originaria del Punjab (región del noroeste de la India), la comunidad sijs (aunque prácticamente desconocida en Argentina), conforma la quinta religión más numerosa del planeta, y nace de los preceptos de dos religiones contrapuestas, apoyándose en un monoteísmo a ultranza (de origen musulmán) con tradiciones hindúes. Su fundador, el Gurú Nanak, consideraba que la religión debía ser un medio de unión entre los humanos aunque, en la práctica, ésta parecía enfrentarlos.
Éste, un hindú perteneciente a la clase de los nobles (Kshatriyas), en el siglo XV, creo una "nueva concepción espiritual", sin los tradicionales ritualismos, ni sistemas de castas entonces (y aún hoy en día), existentes.
Movilizada mi curiosidad por esta doctrina y por la belleza estética del Hari Mandir (o Templo Dorado), emprendí la marcha hacia esta ciudad, Amritsar, la cual recibe su nombre del Amrit Sarovar ó “Estanque de Néctar”, siendo éste un lago artificial que rodea al fabuloso templo sagrado. Un día particularmente frio y lluvioso, una ciudad muy contaminada (sonora y visualmente), y una gran dificultad para hallar un alojamiento decente y barato, no me brindaron  la más cálida de las bienvenidas. Una vez alojado y recuperado de la primera mala imagen, emprendí la marcha.
El complejo es un lugar maravilloso, compuesto por una plaza circundada por grandes edificios y torres de mármol (Jallianwalla Bagh), que rodean un gran lago artificial (Amrit Sarovar), y en cuyo centro se levanta este "Templo de Oro", lugar de culto donde se venera al Gurú Nanak.
Fascinado quede al contemplar esta obra maestra de la arquitectura, ricamente ornamentada y delicadamente cubierta por una fina hoja de oro en toda su estructura. Pero más asombrado y conmovido me dejo el ver a cientos de personas, quienes de manera voluntaria, se dedicaban a lavar pisos, limpiar, cortar verduras, cocinar, atender a los humildes, lavar vajilla etc. Por primera vez (y para mí, la única en todo el viaje), el espiritualismo y la bondad se hacían presentes en esta India tan contrastante, sin esperar nada a cambio.
Tal fue la hospitalidad de estas personas que, aún siendo turista y no precisamente un peregrino, me brindaban la misma posibilidad que a aquellos que venían en pos de la concepción religiosa: dos noches y dos días de alojamiento y comidas totalmente gratuitas; el único requisito era colaborar con las tareas de limpieza y mantenimiento del lugar.  Sorprendido por la proposición, y no a gusto con la ciudad, no acepté este ofrecimiento, pero la idea de haberme equivocado en esta decisión me acompañó durante gran parte del viaje, ya que habría sido una experiencia fascinante, seguramente, poder convivir allí, y entrar en contacto directo con estas personas, pudiendo conocer así sus creencias y costumbres.  
Los sijs denominan a sus templos con el nombre de “gurdwaras”, y en su interior, guardan la reliquia más importante: el Gurú Grant Sahib o “libro Sagrado”. Durante mi visita, y a modo procesional, pude acceder al interior de este fabuloso templo, luego de haber cruzado las aguas del lago por sobre el Guru´s Bridge, aunque para tan sólo echar un vistazo, ya que la gran cantidad de peregrinos conformaban una marea humana que avanzaba lenta, pero permanentemente.
 Descalzo, sobre el frío mármol, y en el sentido de las agujas del reloj, fui recorriendo los distintos sectores de este lugar, donde algunos devotos (lo más osados), realizaban abluciones rituales en el estanque central con aguas que rondarían los 0 grados; o bien, donde otros se congregaban para orar, arrodillados sobre finas mantas ubicadas en el suelo. Pero uno de los lugares que más atrajo mi atención es donde se concentran diversos elementos (fotografías, relatos, periódicos, etc.) que conmemoran la masacre realizada en 1919 por las tropas británicas en esta plaza, disparando deliberadamente contra una multitud  de aproximadamente 20 mil personas convocadas por el Mahatma Gandhi, dejando una cifra de poco más de 400 muertos y cientos de heridos. Fue éste uno de los hechos más sangrientos de la historia británica en la India, aunque sin duda, no la única.
A pesar del templo de Oro y toda su magnificencia, la ciudad me había resultado hostil, por lo  que decidí "emigrar" de inmediato, corriendo a obtener un ticket de tren que me condujera nuevamente a la capital india. Varias horas de espera en la estación y quince a bordo del ferrocarril me pusieron nuevamente en Delhi, donde horas después (sin descanso alguno) abordaba otra formación, pero esta vez con destino a Jaipur, primera cuidad a visitar del desértico estado de Rajasthán.