Dejando atrás los Himalayas...

Las montañas me habían hechizado. Las experiencias vividas en su seno me generaban un magnetismo casi irresistible, negándome íntimamente a abandonarlas, aunque con la conciencia de saber que mucho más cosas aún nos estaban aguardando para ser disfrutadas y compartidas. La razón se impuso, pero me fui alejando de los Himalayas con cierto recelo, y sabiendo que el influjo de sus recuerdos me seguirían acompañando casi como su presencia: eternamente.

Pokhara es, sin lugar a dudas, la más “occidental”, y una de las dos ciudades más importantes del país. Esto es así debido a la influencia, muy marcada, generada por  los cientos (aunque, seguramente, miles) de turistas que han sabido utilizar este lugar como base para todos aquellos preparativos necesarios a la hora de encarar un ascenso a los Annapurnas. Todo tipo de comercios se desarrollan sobre su avenida principal, la cual bordea un pequeño sector del precioso lago Fewa, en cuyas oscuras aguas se reflejan airosos los picos de este gigante montañoso. Hostels, bares, restaurantes, y tiendas de los rubros más diversos, convierten a esta población en un lugar muy animado, y con múltiples opciones de entretenimiento. Pero, debido a que debíamos continuar moviéndonos para poder cumplir con el recorrido que nos habíamos propuesto, para nosotros,  Pokhara fue tan sólo un lugar de paso.
Atraídos por los comentarios que íbamos oyendo a lo largo del camino, optamos por interrumpir nuestro viaje hacia Kathamandú, e ir a conocer un pequeño pueblito llamado Bandipur. Para llegar, debimos ascender en un jeep, el cual iba sobrecargado de gente y de equipaje, al punto de contabilizar sobre él a 19 personas (algunas, nos encontrábamos ubicadas sobre el techo mismo del vehículo), por un camino serpenteante y bastante vertiginoso, que ascendía hasta la cima misma de la montaña, donde esta población se había desarrollado.
Distribuida básicamente a lo largo de una callecita principal (peatonal), sus construcciones de típico estilo newari (estructuras bajas de piedra, con puertas y ventanas de maderas muy trabajadas) le conferían al lugar el aspecto de un pueblo medieval, casi perdido en la memoria del tiempo, en el cual la vida transcurría lentamente.
Aquí permanecimos dos días, durante los cuales nos dedicamos a caminar por senderos en medio del bosque, tomando fotografías, y disfrutando de ricas comidas, algunas de ellas tradicionales, como el Tipan Tapan (una mezcla de verduras, frutas y carnes, con salsas y aderezos, muy colorida, y sumamente sabrosa). También emprendimos una caminata matutina hacia una caverna llamada Siddha Gupha la cual se dice, es la más grande de todo el país. No obstante nuestro interés por conocer el lugar y nuestro intrépido espíritu aventurero, no estábamos bien equipados para la misión, y mucho menos aún, nos duró (lo admito, me duró) el coraje, cuando habiendo ingresado tan sólo unos metros en su interior, divisé sobre una de las paredes rocosas un magnífico ejemplar de araña que, a simple vista, medía lo que una pelota de voleibol. Si era más grande o más pequeña que eso, nunca lo sabremos, ya que decidí no quedarme a tomar pruebas, pero lo cierto es que hasta allí llegó nuestra incursión en el corazón de la montaña.
Ya recuperados de tanta caminata por las montañas, una vez más nuestros pies debían ponerse en movimiento. En este caso, nuestro destino seria la mítica y mágica ciudad de Katmandú, a unas 6 horas de viaje, la cual nos esperaba con sus brazos abiertos, y que no dejó de sorprendernos con cada paso que dimos, en algunas de sus infinitas y muy intrincadas callejuelas....




1 comentario:

stu007 dijo...

segui escribiendo asi q vas bien, cuando regreses vamos a filmar "Las cronicas de Ricky" jaja. Lastima q no vengas 15 dias antes por que el 17 de mayo tocan Los Cafres en el Luna Park, mientras sigo bajandome la discofrafia por internet jejeje. buenos saludos a todos los asiaticos de mi parte.